Un nuevo episodio de falsificación de divisas se ha detectado en la provincia de Guantánamo, donde las autoridades interceptaron a un ciudadano que portaba 3.400 dólares falsos, todos en billetes de 100. El hecho, ocurrido en el punto de control de la Autopista de Guantánamo, pone en evidencia el preocupante aumento de la criminalidad y la desesperación económica que golpea al país.
Según trascendió, el individuo fue detenido durante un operativo del Ministerio del Interior. Aunque el reporte oficial subraya la “efectiva actuación policial”, el incidente revela un fenómeno cada vez más extendido en Cuba: el auge de los delitos relacionados con la falsificación, el fraude y la economía informal, impulsados por una crisis que no da tregua.
En los últimos meses, los reportes sobre robos, estafas y circulación de dinero falso han proliferado en distintas provincias, desde La Habana hasta Santiago de Cuba. La falta de acceso a divisas y el colapso del poder adquisitivo del peso cubano han creado un entorno fértil para este tipo de delitos. En un país donde el dólar se ha convertido en símbolo de supervivencia, la falsificación aparece como un reflejo extremo de la desesperación de muchos por conseguir moneda dura, aunque sea de manera ilegal.
El aumento de la falsificación es también consecuencia directa del descontrol monetario en la isla. Con tres tipos de cambio coexistiendo —el oficial, el bancario y el del mercado informal—, los billetes estadounidenses se han vuelto tanto un objeto de deseo como una trampa para los incautos. No son pocos los casos de ciudadanos que terminan estafados al intentar cambiar divisas en la calle, donde abundan los billetes falsos.
El deterioro económico y social que atraviesa Cuba ha traído consigo un repunte de delitos de todo tipo: asaltos, robos en viviendas, estafas digitales, falsificación de productos y documentos. En las redes sociales, los cubanos denuncian casi a diario casos de personas estafadas en operaciones de compraventa o engañadas mediante transferencias falsas. La inseguridad se ha convertido en un tema cotidiano, incluso en ciudades antes consideradas tranquilas.
Mientras el gobierno intenta mantener la narrativa de control y orden, los hechos demuestran que el país enfrenta una creciente ola delictiva vinculada a la crisis. Las oportunidades de empleo son cada vez más escasas, los salarios estatales resultan insuficientes y el costo de la vida se dispara sin freno. En ese contexto, el delito se convierte, para muchos, en un camino desesperado hacia la supervivencia.
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