Durante el Período Especial en Cuba, ser "vanguardia" era sinónimo de recibir premios insignificantes por obediencia al régimen, reflejando un sistema que valoraba la disciplina por encima del talento.
En la década de 1990, ser "vanguardia" representaba un logro para muchos trabajadores cubanos que aún creían en los discursos estatales y atribuían la crisis a la caída del campo socialista. Confiaban en que Cuba podría superar la adversidad y abrirse camino de forma independiente.
El Período Especial reveló una realidad desalentadora: la mayor aspiración de un trabajador era recibir un diploma, un apretón de manos de un burócrata y el derecho a comprar en tiendas estatales una cantidad limitada de artículos básicos como ropa, zapatos o electrodomésticos.
Uno de los símbolos más surrealistas de esa época fue la tienda "Fin de Siglo" y sus departamentos dedicados a la venta exclusiva para trabajadores vanguardias. Los sindicatos entregaban a los "mejores" empleados un ticket que les permitía comprar productos en estas tiendas. Aunque los artículos eran de baja calidad y los precios altos, el acceso a ellos era considerado un premio.
La tienda "Fin de Siglo", ubicada en el Boulevard de San Rafael en Centro Habana, fue fundada en 1897 y llegó a inspirar a los almacenes "El Corte Inglés" en España. Nacionalizada en la década de 1960, durante el Período Especial se convirtió en un mercado exclusivo para los "héroes del trabajo socialista", quienes debían ganarse el acceso a bienes básicos como si fueran trofeos.
Con el tiempo, la devaluación del peso cubano eliminó la oferta en estas tiendas. Los estímulos pasaron a ser electrodomésticos de baja calidad o vacaciones en hoteles, pagados en moneda nacional pero a precios exorbitantes.
Lo que en los 90 se presentaba como un "privilegio", hoy ha perdido todo atractivo. ¿Quién quiere ser vanguardia en 2025? ¿Para qué? Treinta años después, Cuba está peor que durante el Período Especial.
En un país empobrecido y dolarizado, nadie desea trabajar para el Estado ni comprometerse con las quimeras socialistas. El foco está en obtener dólares para sobrevivir. El reconocimiento social se ha desvanecido junto con la esperanza de que el esfuerzo individual signifique algo.
La gente ya no compite por diplomas ni medallas, sino por oportunidades para emigrar o recibir ayuda del extranjero. Pagar el sindicato o ser "trabajador destacado del mes" carece de sentido cuando la realidad no cambia.
El régimen cubano ha convertido derechos básicos en trofeos ridículos. Ropa, zapatos y electrodomésticos, que deberían estar al alcance de todos, se transformaron en premios por obediencia.
En Cuba, ser vanguardia nunca fue un privilegio. Es un recordatorio de lo poco que el gobierno ofrece a cambio de todo lo que exige, de la vida que ha robado a sus ciudadanos.
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