La creadora de contenidos cubana Ari, conocida en Instagram como @ari_delahabana, compartió una experiencia profundamente negativa tras visitar el restaurante estatal Castillo de Jagua, ubicado en la emblemática esquina de 23 y G, en El Vedado, La Habana.
Bajo el título “Probando Restaurantes Estatales en La Habana – Parte 1”, Ari describió su almuerzo como “el dinero peor gastado de mi vida”, revelando una escena deplorable tras lo que se suponía debía ser un almuerzo digno de un lugar restaurado en 2019.
Su denuncia comenzó con una serie de detalles que hablan de una total falta de higiene y control: colillas de cigarro en el piso, humedad visible en las paredes, el aire acondicionado goteando sobre los comensales, y servilletas sucias del turno anterior sobre la mesa: “Todo parecía abandonado, como si llevara años sin funcionar, y no semanas”, expresó en su video.
Sobre los platos servidos, Ari no ahorró críticas: los tostones rellenos eran duros hasta el punto de no poder comerse, el tamal no tenía carne ni sabor alguno, y el pollo a la plancha fue, en sus palabras, “una estafa”, compuesto únicamente de piel grasienta. “Hasta la ensalada traía un ají entero con tallo y semillas”, recalcó indignada.
Lo preocupante es que esta no es una denuncia aislada. En 2024, Rafael Lázaro Rodríguez Macías también reportó en el grupo de Facebook Gastrocuba su decepcionante experiencia en ese mismo restaurante.
El menú era escaso, la cerveza prometida no estaba disponible porque el barman no se presentó, y lo ofrecido en su lugar costaba el doble. El tamal estaba seco, el lomo ahumado reducido a cuatro lascas insignificantes y el congrí, frío e insípido. Para colmo, la cuenta llegó sin desglose y con un 10% adicional no explicado.
Pese a una renovación capital realizada en 2019 por el 500 aniversario de La Habana, el restaurante Castillo de Jagua ha vuelto rápidamente al deterioro, con instalaciones maltrechas y un servicio que genera frustración y desconfianza. Lo que debía ser una joya de la gastronomía estatal se ha convertido en símbolo de decadencia institucional.
En una ciudad donde salir a comer representa un esfuerzo económico para la mayoría de los ciudadanos, estos relatos son más que simples quejas: son denuncias de una política de abandono que afecta el día a día de los cubanos y la imagen del país ante el turismo.