El primer ministro cubano Manuel Marrero Cruz volvió a reafirmar su defensa del turismo como "motor de la economía nacional", a pesar del fracaso evidente del sector y la inconformidad generalizada de los ciudadanos.
Su discurso, repetido sin variación desde hace años, insistió ante la Asamblea Nacional en que un “turismo próspero” traerá empleo, ingresos y desarrollo para Cuba.
Pero en las calles y redes sociales, el mensaje se recibió con escepticismo, burla y hartazgo: “¿Hasta cuándo Marrero con ese cuento?”, cuestionó un internauta.
A pesar de las señales visibles de colapso, el gobierno mantiene sus inversiones en hoteles y proyectos turísticos mientras la escasez de alimentos, los apagones constantes, el colapso del sistema de salud y los salarios precarios son parte de la vida cotidiana.
Los informes oficiales, incluso los más optimistas, no pueden ocultar la magnitud del declive: la industria turística cubana no cumple sus metas desde hace más de tres años, y según el propio ministro del ramo, Juan Carlos García Granda, 2024 fue “el peor momento desde el 11 de septiembre de 2001”.
La lógica de sacrificar todo por un turismo que no despega ha llevado al deterioro irreversible de sectores esenciales, como la agricultura, los servicios públicos y la industria alimentaria.
El ministro de Agricultura reconoció que los encadenamientos productivos con el turismo no funcionan, mientras que su homólogo de la Industria Alimentaria admitió que el país no tiene capacidad para satisfacer la demanda de hoteles y restaurantes. Sin embargo, se sigue privilegiando la construcción de instalaciones turísticas por encima de atender las necesidades reales del pueblo.
Las causas de este estancamiento son bien conocidas: centralización excesiva, burocracia ineficiente, falta de incentivos para productores nacionales, deudas impagadas en moneda local, y un sistema de suministros roto que nunca ha sido reconstruido.
Pese a ello, el régimen cubano sigue aferrado a una fórmula que no genera resultados, pero sí justifica el despilfarro, las deudas crecientes y, como han denunciado algunos expertos, posibles esquemas de lavado de dinero.
Mientras los cubanos hacen colas para conseguir arroz o pollo, el gobierno construye hoteles que permanecen vacíos o subutilizados. Varios diputados han pedido descentralizar pagos y ajustar prioridades, pero sus advertencias chocan con el dogmatismo oficial.
En lugar de rectificar, Marrero redobla su apuesta por un modelo turístico en decadencia, que lejos de salvar la economía, profundiza la crisis estructural del país.
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