En un gesto que refleja la creciente desesperación del régimen cubano por encontrar salidas a su crisis económica, autoridades de La Habana han comenzado a estudiar modelos de comercio capitalista como posible salvación. Esta semana, Jorge Luis Villa Miranda, vicepresidente del Gobierno provincial de la capital cubana, visitó el popular mercadillo del Arenal en Córdoba, España, con el objetivo de "aprender" cómo funciona la venta ambulante en un entorno de libre mercado.
Lo que en otro contexto podría interpretarse como una simple visita institucional, en el caso cubano es una señal evidente del colapso interno. La cúpula gobernante, que durante décadas despreció abiertamente cualquier forma de comercio autónomo o privado, ahora busca desesperadamente importar fórmulas occidentales que permitan dinamizar mínimamente su estancada economía.
Villa Miranda estuvo acompañado por representantes de la Asociación Andalucía-Cuba y se reunió con miembros de la Asociación de Comerciantes Autónomos Ambulantes de Córdoba (Comacor). Allí se interesó especialmente por el sistema de organización, la autorregulación entre vendedores, el papel del asociacionismo y los programas sociales que complementan la actividad económica del mercadillo.
Resulta paradójico que el mismo gobierno que durante décadas persiguió al trabajador por cuenta propia y criminalizó todo indicio de actividad mercantil no estatal, ahora se entusiasme con estructuras de libre asociación y autogestión comunitaria. La Habana reconoce, aunque sin admitirlo abiertamente, que su sistema de planificación centralizada ha fracasado rotundamente.
Según Villa Miranda, su intención es modernizar los mercados informales de La Habana y convertirlos en espacios más ordenados y productivos. Sin embargo, lo que en Córdoba funciona gracias a la libertad económica y a un marco legal claro, en Cuba enfrenta una maraña de controles ideológicos, trabas burocráticas y represión al sector privado.
Mientras tanto, el "cuentapropismo" —el término cubano para referirse al trabajo autónomo— ha crecido, no por impulso estatal, sino por la necesidad de supervivencia ante el desabastecimiento, la inflación y el colapso de servicios públicos. La imitación de modelos extranjeros parece, entonces, un intento desesperado del régimen por capturar parte de la iniciativa privada sin renunciar al control político.
En la visita también se destacó el programa social ‘Espacio de respiro familiar’, donde los hijos de los comerciantes son atendidos durante la jornada laboral. Aunque iniciativas así son impensables en el sistema cubano, donde el tejido social ha sido erosionado por décadas de vigilancia y precariedad, Villa Miranda mostró interés en replicarlo.
La ironía es evidente: un gobierno que no ha logrado garantizar ni la venta estable de pan, ahora quiere transformar los mercados callejeros en "espacios atractivos para el turismo". La pregunta no es si el modelo cordobés puede funcionar en Cuba, sino si el sistema cubano puede tolerar siquiera una versión diluida de la libertad económica.
Lejos de ser una señal de apertura, este tipo de visitas demuestran hasta qué punto el régimen está dispuesto a maquillar su fracaso adoptando, a cuentagotas, las herramientas del capitalismo que tanto ha criticado.
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