Un estremecedor crimen ocurrido en Callao (Perú) conmocionó al país entero. Un joven futbolista de 17 años, Ian André Cárdenas Rivera, fue asesinado junto a un familiar en el interior de una camioneta.
Ambos fueron víctimas de un ataque a sangre fría perpetrado por sicarios que llegaron en motocicleta y dispararon sin piedad, efectuando un total de 30 balazos. El hecho ocurrió en horas de la madrugada, cuando la mayoría de los vecinos dormía, pero el estruendo de los disparos los despertó abruptamente, convirtiendo una noche común en una escena de horror.
Según testigos presenciales, el tiroteo provocó pánico generalizado, ya que algunas de las balas traspasaron ventanas de viviendas cercanas. Varios habitantes narraron a medios locales la aterradora persecución entre los agresores y las víctimas, quienes intentaron escapar antes de ser alcanzadas por las balas. Este tipo de violencia no es un hecho aislado en Callao, una ciudad golpeada por el crimen organizado, donde las disputas entre bandas suelen terminar en tragedias como esta.
El crimen ha tocado de manera desgarradora a la comunidad deportiva peruana, al arrebatarle a una joven promesa del fútbol que aún no alcanzaba la mayoría de edad.
Ian formaba parte de las divisiones menores del Club Universidad César Vallejo y era considerado un talento emergente. La noticia ha causado profundo pesar en el ámbito futbolístico nacional.
La Federación Peruana de Fútbol expresó sus condolencias con un mensaje en el que lamentaba profundamente la pérdida. El club también dedicó palabras de despedida, describiéndolo como un joven lleno de luz, alegría y amor, cuya memoria vivirá eternamente en quienes lo conocieron.
Otros clubes del país se han sumado al duelo colectivo, reconociendo el talento y la calidad humana de Ian. Sin embargo, más allá de las muestras de afecto y solidaridad, este crimen reabre el debate sobre la creciente inseguridad que azota a Callao y a muchas otras zonas urbanas del Perú, donde los jóvenes pierden la vida a causa de la violencia estructural.
Ian André Cárdenas Rivera no solo era un futbolista en formación, era un símbolo de esperanza para su familia, su equipo y su comunidad. Su muerte no puede quedar impune ni olvidada. La ciudadanía exige justicia, pero también medidas concretas para detener una espiral de violencia que cobra vidas inocentes día tras día.
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