Adermis Wilson González protagonizó uno de los episodios más audaces y recordados del éxodo cubano. El 31 de marzo de 2003, con dos granadas falsas y una determinación desesperada, tomó el control de un avión Antonov-24 que volaba desde la Isla de la Juventud hacia La Habana. Su objetivo era simple, aunque imposible: llegar a Estados Unidos y escapar del régimen de Fidel Castro.
“Si el avión baja en La Habana, lo que tocará tierra será pura ceniza”, advirtió al piloto. Tras 15 horas de tensión, con los pasajeros al borde del colapso y el propio Castro negociando por teléfono, el vuelo finalmente aterrizó en Key West, Florida. Adermis se rindió sin resistencia. Las granadas eran de yeso y rayos de bicicleta.
Sin embargo, su sueño de libertad se transformó en pesadilla. Un tribunal estadounidense lo condenó a 20 años de prisión por piratería aérea. Pasó dos décadas tras las rejas, donde aprendió inglés, se graduó como ingeniero civil y completó una maestría en logística. “En la cárcel, al menos existía. Era un número, pero existía”, recuerda.
En 2021 fue liberado, y durante cuatro años trató de rehacer su vida en Houston. Trabajaba, se mantenía en forma y hablaba casi a diario con su madre, una anciana de 87 años que padece alzhéimer y aún cree que su hijo “trabaja en California”. Pero el 29 de junio de 2025, su nueva vida se derrumbó. Agentes encapuchados del ICE lo arrestaron al amanecer y lo deportaron a México el 14 de septiembre.
Desde un lugar que no revela, Adermis responde con voz tranquila: “No tengo dinero, pero tengo un poco de libertad”. Sin papeles y temeroso de ser enviado a Cuba, comparte un apartamento con otros deportados. Se levanta temprano, hace ejercicios y evita llamar la atención. “El miedo está latente todavía. Es como mi ropa interior, como el agua con la que me lavo la cara cada día”.
A sus 56 años, este hombre que engañó a Fidel Castro, desafió al sistema cubano y sobrevivió a dos décadas en cárceles federales, vive ahora una nueva incertidumbre. Ni héroe ni criminal: solo un sobreviviente que sueña con volver a respirar “aunque sea tres minutos” el aire de su isla.
Una historia que, más de dos décadas después, sigue siendo símbolo de desesperación, coraje y exilio.
Fuente: Carla Gloria Colomé "El País"
Foto: Paola Chiomante
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