Valentina Méndez Oliva, una niña cubana de apenas ocho años, libra una batalla desigual contra la leucemia linfoblástica aguda, una enfermedad que ha regresado por tercera vez y que, en Cuba, ya no puede ser tratada. Desde los dos años, su vida transcurre entre hospitales, quimioterapias y la esperanza de un milagro que le devuelva la infancia que la enfermedad le ha robado.
Los médicos del Instituto de Hematología e Inmunología de La Habana comunicaron a su madre, Janet Oliva, que no existen más opciones en la Isla debido a la falta de medicamentos y recursos. Pero en medio del dolor, una luz de esperanza se abrió cuando el Nicklaus Children’s Hospital de Miami confirmó que está dispuesto a recibir a Valentina y ofrecerle una quimioterapia avanzada, además de evaluar un trasplante de médula ósea.
El obstáculo, sin embargo, no es médico sino burocrático. Para poder viajar, Valentina necesita una visa humanitaria, y aunque su madre presentó toda la documentación —historia clínica, carta de aceptación del hospital y el respaldo del congresista Mario Díaz-Balart— el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos (USCIS) rechazó la solicitud en 2024 alegando “falta de evidencia suficiente”.
“Les imploro que aprueben la visa, realmente la necesitamos, ella lo necesita”, suplica Janet entre lágrimas, sosteniendo la mano frágil de su hija. Cada día sin respuesta es un día que se le escapa a Valentina.
Mientras tanto, una amiga de la familia en Florida inició una campaña en GoFundMe para cubrir los gastos del viaje y la estadía durante el tratamiento. La comunidad cubana dentro y fuera del país se ha movilizado, compartiendo la historia y aportando lo que puede, en un gesto que demuestra que la solidaridad trasciende fronteras.
El caso de Valentina refleja el drama de muchas familias cubanas que enfrentan enfermedades graves sin acceso a tratamientos modernos ni recursos básicos. Hoy, su vida depende de una decisión humanitaria, de la voluntad de quienes puedan escuchar el ruego de una madre que solo pide una oportunidad para ver a su hija crecer. Porque a veces, una visa no es solo un documento: es la diferencia entre la vida y la despedida.
Fuente: Periódico Cubano
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