El reciente análisis del Consejo de Estado sobre el supuesto avance del programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía contrasta drásticamente con la realidad cotidiana de los cubanos. Mientras el primer ministro Manuel Marrero Cruz y el presidente de la Asamblea Nacional, Esteban Lazo, destacan avances positivos y consolidación de estrategias, el país sigue sumido en una crisis económica profunda que golpea sin tregua a la población.
El discurso oficial menciona un sistema de trabajo riguroso, con cronogramas, indicadores y metas, pero la vida diaria de los ciudadanos demuestra que estas estrategias no han tenido un impacto real. Lejos de observarse mejoras, las dificultades aumentan: los apagones son cada vez más prolongados, la inflación sigue descontrolada, la producción de alimentos no mejora y la escasez de medicamentos y recursos básicos en hospitales evidencia el colapso del sistema de salud.
Uno de los puntos destacados en la reunión fue la necesidad de fortalecer la producción nacional, en especial la de alimentos. Sin embargo, el desabastecimiento en los mercados y la imposibilidad de acceder a productos esenciales reflejan la ineficacia de las medidas gubernamentales. Mientras Marrero Cruz y Lazo celebran la consolidación de un programa económico, el cubano promedio enfrenta precios exorbitantes por productos de primera necesidad, salarios insuficientes y una moneda nacional cada vez más devaluada.
El Consejo de Estado también subrayó la importancia del desarrollo territorial y la generación de ingresos en divisas, pero la realidad es que la inversión extranjera sigue siendo escasa, la migración masiva de profesionales ha debilitado la capacidad productiva del país y la dolarización de la economía ha creado una brecha insalvable entre quienes tienen acceso a moneda dura y quienes dependen del peso cubano.
El argumento recurrente de culpar al embargo estadounidense como el principal obstáculo para el desarrollo del país no resiste un análisis profundo. Si bien las sanciones afectan ciertas áreas, la raíz del problema está en el modelo centralizado y la falta de incentivos reales para la producción y la inversión. A esto se suma la corrupción, la ineficiencia estatal y las restricciones impuestas al sector privado, que impiden cualquier recuperación económica sostenible.
Mientras los líderes cubanos se aferran a un discurso triunfalista sobre estrategias económicas supuestamente consolidadas, la gente en las calles enfrenta una lucha diaria por sobrevivir. No hay mejoría tangible en la calidad de vida, la crisis energética se profundiza y el acceso a servicios básicos continúa deteriorándose. La desconexión entre la cúpula del poder y la realidad de los ciudadanos es cada vez más evidente, y la narrativa oficial ya no logra ocultar el fracaso de un modelo que ha llevado al país al borde del colapso.
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