Desde principios de junio, la vida cotidiana en el sur de California ha sido alterada de manera drástica por una serie de redadas migratorias sin precedentes. Lo que comenzó como una ofensiva del gobierno de Donald Trump para cumplir su promesa de deportaciones masivas se ha transformado en una crisis social que paraliza barrios enteros y deja una estela de miedo, confrontaciones violentas y tragedias humanas. En una finca agrícola, Jaime Alanis intentó esconderse en el techo de un invernadero al ver llegar a los agentes migratorios. Cayó, se fracturó el cráneo y murió poco después en el hospital. Su historia se ha convertido en símbolo del costo humano de estas operaciones, que han incluido gases lacrimógenos, enfrentamientos armados y la movilización de la Guardia Nacional y los Marines en territorio estadounidense.
Las redadas en las granjas de cannabis del condado de Ventura marcaron un punto de inflexión. Más de 360 migrantes fueron detenidos, entre ellos cuatro con antecedentes penales graves. Sin embargo, la mayoría no tenía historial delictivo, y muchos llevaban años trabajando y criando familias en el país.
La comunidad respondió con protestas masivas, entre ellas la ocupación del Parque MacArthur en Los Ángeles, donde manifestantes, activistas y autoridades locales como la alcaldesa Karen Bass exigieron el retiro de las fuerzas federales. Las escenas de agentes camuflados a caballo, drones y vehículos blindados en espacios públicos avivaron la indignación: “Es una guerra contra el alma de esta ciudad”, gritó entre lágrimas una residente del barrio.
“Esto nunca había pasado”, dice una vendedora de helados en un parque vacío de Los Ángeles. En los últimos días, miles de inmigrantes han dejado de trabajar, temiendo ser detenidos camino al empleo, en la escuela de sus hijos o incluso en una tienda.
Iglesias y organizaciones sociales han tenido que organizar redes de alimentos y alertas comunitarias para intentar protegerlos. Carlos, un migrante guatemalteco, teme salir de casa desde que su hermana fue arrestada por vender comida en la calle: “Si eres hispano, simplemente te atrapan y te llevan. No importa si has hecho algo o no”.
A pesar de las órdenes judiciales que intentan limitar estas patrullas “indiscriminadas”, el gobierno insiste en que actuará con más firmeza en las llamadas ciudades santuario como Los Ángeles, a las que culpa de obstruir la ley migratoria.
El impacto ya es visible: eventos cancelados, calles vacías y un ambiente de persecución. Incluso algunos migrantes temen acudir a sus propias audiencias judiciales.
“No son delincuentes”, dice el pastor Ara Torosian, cuya congregación ha visto cómo varios de sus fieles han sido arrestados sin previo aviso. En una de las mayores ciudades del país, donde viven más de un millón de indocumentados, la vida misma parece haber sido puesta en pausa.
Fuente: BBC news
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