La alcaldía Cuauhtémoc, específicamente la colonia Tabacalera, y en realidad toda la Ciudad de México, se acaban de librar de dos criminales, al menos en el plano de la representación. Los criminales son Fidel Castro y el Che Guevara, protagonistas de una estatua bastante mal hecha –parecían mi vecino alcohólico y Tizoc– en la que aposentaban las nalgas en una banca del Jardín Tabacalera desde poco antes de los años del licenciado López en la presidencia y, por tanto, del empoderamiento –la palabra, horrenda, cabe en este contexto– chairo.
La Revolución Cubana fue un movimiento amplio en el que cupieron también muchos demócratas fidedignamente opuestos a una dictadura, la de Batista. Las seis décadas y piquito de castrismo, malamente llamadas “revolución cubana”, son otra cosa: un golpe de Estado que impuso una tiranía aparentemente inmortal con rasgos únicos, todos condenables, y muchas lecciones estalinistas bien aprendidas.
No hay méritos en la autocracia castrista. La isla es desde 1959 un campo de concentración en el que se encierra a niños por protestar contra el gobierno y, antes, a homosexuales por el hecho de serlo; se ha prohibido muy buena parte de la música o la literatura occidentales; se presumen un sistema de salud en el que no hay sábanas o aspirinas, y uno de educación en el que no se aprende inglés o a usar una computadora; ahogado por una bancarrota crónica que no es responsabilidad de un bloqueo que no existe, sino de un sistema diseñado para la inoperancia, y dedicado a enriquecer a una casta muy pequeñita de militares y familiares de los Castro, en contraste con la miseria profunda, despiadada, de todos los demás.
Lo que pasa es que el castrismo fue y todavía, inexplicablemente, es en parte una formidable operación de relaciones públicas. Durante años, sedujo a muchas inteligencias críticas y decentes, hasta que las purgas, el gulag con palmeras y la represión a intelectuales y poetas alejó a la gente de bien y con sentido crítico.
Así y todo, le siguen quedando seguidores en el universo del fanatismo, que por supuesto incluye a buena parte de las élites (y no élites) chairas, con el padre fundador a la cabeza. Por eso la impecable decisión de la alcaldesa Alessandra Rojo, la de mandar (espero) a la basura las dos figuras infames, con argumentos administrativos pero con un tuit lleno de jiribilla que deja ver intenciones más profundas –“ Ni el Che ni Fidel pidieron autorización para instalarse en Cuba… y tampoco en la Tabacalera”– ha puesto a la infantería chaira en pie de guerra.
Como aquí todo es un lo hago porque puedo, seguro que la estatua regresa, o que le encargan otra a algún consentido del régimen para ponerla en mitad del Zócalo, o que rebautizan el Felipe Ángeles como “Fidel Castro Ruz”. No importa. Disfrutemos el momento.
(Tomado de El Heraldo de México)
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