La provincia de Granma, cuna de la historia nacional, exhibe hoy una realidad indignante: más de 30,000 familias aún viven sobre pisos de tierra y más de 110,000 viviendas están en regular o mal estado.
En pleno siglo XXI, mientras el régimen presume de “resistencia creativa”, la verdad es que millones de cubanos siguen atrapados en la precariedad, sin un techo digno ni esperanzas de mejoras reales.
Durante una visita oficial, el primer ministro Manuel Marrero reconoció el desastre habitacional y planteó como “soluciones” la producción local de materiales y la transformación de contenedores en viviendas.
Contenedores metálicos, la última ocurrencia que pretenden vender como innovación, cuando en realidad son parches desesperados ante la incapacidad del Estado de construir y reparar viviendas de manera sostenida.
Los datos son lapidarios: el déficit habitacional en Cuba supera las 805,000 casas, de las cuales más de 400,000 necesitan ser construidas desde cero. En lo que va de 2025, apenas se ha cumplido un 22% del plan de construcción estatal, una cifra que refleja la parálisis de un sector clave para la vida del pueblo.
Y mientras los números empeoran, las soluciones oficiales parecen más propaganda que políticas reales: “cambiar mentalidades” o “no ver despectivamente los contenedores” son frases vacías ante la miseria cotidiana.
La miseria se hace aún más evidente cuando se muestran los datos de diferentes provincias: en Las Tunas, por ejemplo, más de 10,000 familias viven con pisos de tierra, Granma, 30 mil y en Guantánamo ya se experimenta con contenedores reciclados para alojar a la población. El pueblo recibe improvisaciones, mientras los altos dirigentes disfrutan de casas cómodas y lujos que la mayoría solo puede soñar.
La situación habitacional no es un hecho aislado. Es parte de un derrumbe general: apagones interminables, hospitales sin recursos, carreteras destruidas y un sistema económico que no genera bienestar. El gobierno culpa al embargo, pero la realidad es que décadas de mala gestión, corrupción y centralismo han condenado a generaciones de cubanos a sobrevivir en ruinas.
Granma, símbolo de lucha y sacrificio, hoy se convierte en símbolo de abandono y miseria. Las familias que siguen viviendo sobre tierra no necesitan discursos ni contenedores: necesitan justicia, dignidad y un país donde el derecho a una vivienda no sea un lujo, sino una realidad.
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