“Hoy otra vez sin PAN, ¡VIVA EL 1ro DE MAYO!” escribió en su perfil de Facebook el escritor e intelectual camagüeyano Manuel García Verdecia. Una frase sencilla, cargada de ironía y dolor, que resume con precisión quirúrgica la contradicción diaria del pueblo cubano: celebrar mientras se pasa hambre.
Cada 1ro de Mayo, el gobierno cubano convierte las calles en vitrinas de entusiasmo coreografiado. Multitudes son movilizadas, no por convicción sino por presión, promesa de algún beneficio o temor a la represalia. Se llenan plazas con banderas, pancartas y consignas que hablan de logros, derechos laborales y compromiso con la Revolución. Todo mientras el pan —el más básico de los alimentos— desaparece de la mesa de millones.
En Cuba ya no es noticia que falte la harina, que escasee la leche, que haya que hacer colas desde la madrugada para comprar un paquete de pollo. Lo extraordinario se ha vuelto rutina. La escasez ha calado tan hondo que incluso las generaciones más jóvenes, que no vivieron los años más duros del Periodo Especial, ya asumen la falta como parte del paisaje diario. Y sin embargo, cada 1ro de Mayo, el gobierno levanta su puño y proclama la supuesta victoria del sistema.
Esa misma maquinaria estatal que no garantiza alimentos ni medicinas, que no escucha el clamor popular ni permite el reclamo ciudadano, se vuelca con eficiencia en organizar marchas, diseñar eslóganes y aplaudir su propia narrativa. El hambre del pueblo no impide la propaganda; la falta de pan no interrumpe el desfile.
La frase de García Verdecia no solo denuncia una escasez puntual. Expone una fractura moral. Porque mientras el pueblo sobrevive con creatividad y desesperación, quienes gobiernan siguen promoviendo una imagen de país que solo existe en pancartas y discursos. La ironía de “¡Viva el 1ro de Mayo!” se transforma así en un grito de denuncia, en un eco que resuena más fuerte precisamente porque proviene de la cultura, del pensamiento, del arte.
Y es que en Cuba, incluso celebrar el Día del Trabajador se ha convertido en un acto de cinismo estatal. Porque no hay trabajo digno sin comida, ni derechos laborales donde el Estado es patrón, juez y verdugo a la vez. Hoy, otra vez sin pan, el pueblo resiste en silencio. Y el gobierno, una vez más, desfila sobre el vacío.
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