La reciente cumbre del bloque BRICS, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica —junto a sus nuevos miembros—, evidenció una vez más las tensiones internas y contradicciones de una alianza que se presenta como alternativa al orden liderado por Occidente, pero que aún no logra articular una propuesta coherente ni efectiva.
Celebrada con Brasil como anfitrión, la cita buscó mostrar unidad frente al dominio global del dólar y las instituciones financieras tradicionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Sin embargo, las ausencias notorias y los mensajes contradictorios pusieron en duda el verdadero peso político del grupo.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, fue uno de los principales promotores del encuentro, en el que se defendió el fin de las sanciones económicas, las guerras comerciales y las barreras arancelarias. Paradójicamente, aunque se critica el sistema económico estadounidense, los BRICS siguen buscando acceso a sus mercados y cooperación con sus instituciones.
Uno de los momentos más controvertidos fue la recepción del mandatario cubano Miguel Díaz-Canel, quien fue recibido con honores pese a liderar un régimen autoritario de más de seis décadas, con más de mil presos políticos, según organizaciones independientes. La cuestión de los derechos humanos fue ignorada por los líderes presentes, que tampoco hicieron mención a las violaciones sistemáticas en Venezuela o Nicaragua.
Además, el bloque condenó los ataques en territorio ruso, sin hacer referencia a la guerra iniciada por Moscú en Ucrania. La declaración final insistió en el respeto a la soberanía y la autodeterminación, pero omitió la situación en Europa del Este, así como las denuncias por crímenes de guerra contra el Kremlin. Mientras tanto, Irán fue respaldado en sus reclamos contra sanciones internacionales, al tiempo que se pidió mayor intervención de la ONU en Gaza, manteniendo una narrativa crítica hacia Israel.
Aunque Lula intentó proyectar al bloque como una fuerza relevante en el llamado "Sur Global", la participación virtual de Vladimir Putin y la ausencia total de Xi Jinping evidenciaron la falta de cohesión y compromiso. A ello se sumaron las negativas de líderes como Gustavo Petro (Colombia) y Claudia Sheinbaum (México), quienes optaron por no asistir al encuentro para no deteriorar sus relaciones con Estados Unidos.
Internamente, los BRICS también enfrentan importantes divisiones: China mantiene una relación hostil con India por cuestiones fronterizas y por su alianza con Pakistán; Irán y Arabia Saudita siguen sin resolver sus profundas diferencias, y Etiopía y Egipto disputan el control del Nilo. Estas tensiones reducen la posibilidad de una cooperación efectiva más allá de los comunicados conjuntos.
A pesar de proclamarse como una alternativa al orden mundial actual, los BRICS siguen sin ofrecer una estructura sólida ni una visión compartida. Su banco de desarrollo continúa lejos de competir con las instituciones occidentales, y sus declaraciones suelen ser más retóricas que vinculantes.
La cumbre dejó claro que, mientras no exista una base común de principios democráticos y respeto por los derechos humanos, difícilmente el bloque podrá consolidarse como una fuerza geopolítica seria. Por ahora, los BRICS siguen siendo un foro de discursos, pero no una organización con peso real en la toma de decisiones globales.
Fuente: Infobae