Apenas unas horas antes de su fallecimiento, el papa Francisco protagonizó su última aparición pública este domingo en la Plaza de San Pedro del Vaticano. A pesar de encontrarse aún convaleciente tras una reciente infección respiratoria, el pontífice decidió salir al mediodía al balcón principal de la basílica de San Pedro para impartir la tradicional bendición Urbi et Orbi, con motivo del Domingo de Resurrección.
Esta ceremonia, una de las más significativas del calendario litúrgico, marcó el emotivo cierre de su presencia pública ante miles de fieles.
Visiblemente debilitado, el Papa permaneció sentado en su silla de ruedas durante todo el acto. Saludó con una sonrisa serena y deseó una “Buena Pascua” a los presentes. Luego, pidió al maestro de ceremonias, monseñor Diego Ravelli, que leyese el mensaje pascual en su nombre. El gesto fue recibido con respeto y una profunda emoción por parte de los cerca de 50,000 fieles reunidos en la plaza, que comprendieron que estaban presenciando un momento histórico.
Una vez concluida la bendición, Francisco recorrió la plaza en su papamóvil, saludando a los asistentes. En un gesto conmovedor, detuvo el vehículo en varias ocasiones para bendecir a niños, manteniendo así su característico contacto cercano con las personas, especialmente con los más pequeños y vulnerables. Fue un acto de amor y de fe que pareció sintetizar todo lo que había representado su papado: cercanía, humildad y compasión.
Durante los días previos, el Papa se había ausentado de todos los actos públicos de la Semana Santa debido a su estado de salud. Solo hizo una excepción el Jueves Santo, cuando acudió brevemente a la cárcel romana de Regina Coeli para saludar a los reclusos, como había hecho año tras año desde el inicio de su pontificado. Fue un gesto de coherencia y de fidelidad a su misión pastoral, incluso en sus momentos finales.
La imagen de Francisco bendiciendo a los fieles desde su silla de ruedas quedará grabada en la memoria de millones. Fue una despedida serena, cargada de simbolismo, y una muestra de su inquebrantable compromiso con la fe hasta el último instante de su vida.
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