Grecia ha sido testigo de un caso estremecedor: una joven de 25 añosn, Irini Murtzuku, es acusada del asesinato de cuatro bebés, incluidos sus dos hijas y el hijo de una amiga, además del intento de homicidio de su expareja.
Su confesión ha conmocionado a la opinión pública: también admitió haber matado a su hermana cuando tenía apenas 14 años, creyendo que se trataba de un "juego".
Los crímenes se remontan a febrero de 2021, cuando murió un bebé de seis meses bajo el cuidado de Murtzuku. En ese entonces, se atribuyó el fallecimiento a causas naturales, pero nuevas autopsias revelaron que murió por asfixia, un patrón que se repite en las demás muertes investigadas.
Entre 2021 y 2023, murieron sus dos hijas, una a los pocos días de nacer y otra con dos meses de vida. También se investiga su posible implicación en la muerte de Panayotis, un niño de 15 meses fallecido en 2024 mientras ella lo cuidaba.
Durante su detención, Murtzuku alegó inocencia, diciendo estar "poseída por los demonios" y no recordar lo ocurrido. No obstante, días después confesó que tras discusiones familiares sufría desconexiones mentales y cometía los crímenes. Su madre declaró que Irini solía jugar colocando almohadas en la cara de su hermana menor, un detalle que ahora adquiere un significado trágico.
Este caso no solo evidencia una cadena de horrores personales, sino también una falla estructural del sistema forense griego pues las autopsias iniciales no detectaron signos de violencia, lo que retrasó la detención de la joven.
La investigación ha sido intensa: se han interrogado a más de 100 personas y realizado numerosos exámenes médicos que finalmente revelaron el patrón de asfixia.
Debido a estos errores, el ministro de Justicia griego ordenó la suspensión del servicio forense de Patras, centro ya criticado por negligencias en casos anteriores como el de Roula Pispirigou, también condenada por matar a sus tres hijas.
Este tipo de historias demuestran que el mal puede esconderse incluso en los lugares más íntimos y sagrados como la familia.
Aunque la justicia ha comenzado a actuar, el dolor y la conmoción social son irreparables. El caso reaviva el debate sobre la salud mental, el seguimiento a madres en situación vulnerable y los sistemas de protección infantil. El mal no conoce fronteras ni nacionalidades y este trágico suceso lo confirma con una crudeza estremecedora.
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