La canción "Mano", del reguetonero cubano Oniel Bebeshito, ha alcanzado una gran popularidad en redes sociales y en espacios cotidianos de Cuba, incluyendo un lugar impensable: las aulas de las escuelas primarias.
El tema, caracterizado por su ritmo pegajoso y una letra cargada de insinuaciones sexuales, ha generado controversia tras difundirse videos de niños bailándola en horario escolar, vistiendo uniforme y en presencia de adultos que observan sin intervenir.
En uno de los videos compartidos por el propio cantante en sus redes sociales, se puede ver a tres niñas bailando una coreografía dentro del aula mientras otros niños y adultos miran. Para el artista, esta escena parece representar un motivo de orgullo: su música ha traspasado generaciones y ha llegado a los más pequeños. Pero, ¿a qué costo?
El problema no radica únicamente en el género musical, que ha sido históricamente marginado por sectores conservadores, sino en el contenido explícito y altamente sexualizado de algunas canciones que circulan sin filtros.
En el caso de “Mano”, las letras están repletas de doble sentido, insinuaciones sexuales y referencias degradantes a la figura femenina. Estas expresiones, al ser normalizadas por niños de edad tan temprana, representan un serio retroceso en materia de educación y desarrollo de valores.
La presencia de este tipo de música en entornos escolares levanta preguntas urgentes: ¿Qué tipo de educación estamos promoviendo cuando permitimos que niñas y niños canten y bailen temas sexualmente sugerentes en sus escuelas? ¿Dónde están los filtros de los adultos responsables, ya sean padres, maestros o directivos escolares?
La música es una herramienta poderosa para la formación cultural y emocional de los niños, y el consumo temprano de contenidos inapropiados puede influir negativamente en su percepción del cuerpo, las relaciones y el respeto hacia los demás.
En otro video replicado por Bebeshito, se observa a niños aún más pequeños bailando "Tacto que llegó el reparto", otra canción del artista, aunque esta vez con una letra menos cuestionable. Sin embargo, la constante exposición a este tipo de ritmos, muchas veces asociados a mensajes de violencia, consumo o sexualización, crea un terreno fértil para la distorsión de valores fundamentales.
No se trata de censurar al artista ni al género, sino de ejercer una responsabilidad adulta en la selección del contenido que se permite en espacios educativos. La escuela debe ser un lugar donde se refuercen principios como el respeto, la equidad y la formación crítica, no un escenario para replicar modas sin reflexión.
Por eso, es urgente establecer límites claros y promover un diálogo abierto entre padres, educadores y estudiantes sobre el tipo de mensajes que consumen, y su impacto en la construcción de una sociedad más consciente y respetuosa.
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