Mientras el oriente cubano aún intenta levantarse de los estragos del huracán Melissa, que dejó a miles de personas evacuadas, comunidades incomunicadas y severos daños materiales, las autoridades del béisbol decidieron reanudar este martes la 64. Serie Nacional, suspendida tras el paso del ciclón.
El torneo volverá a la acción con enfrentamientos programados en varias provincias del país, según el calendario oficial divulgado por la Comisión Nacional. Sin embargo, en territorios como Granma, Santiago de Cuba, Guantánamo y Holguín, el panorama sigue siendo crítico: persistentes apagones, viviendas destruidas, carreteras bloqueadas y pérdidas agrícolas de magnitud.
La medida ha generado sorpresa y comentarios encontrados. Para algunos, el regreso del béisbol —considerado el deporte nacional— puede representar un símbolo de resistencia y normalidad en medio del caos. Para otros, resulta un gesto apresurado, casi insensible, cuando buena parte del oriente ni siquiera ha recuperado la electricidad o el suministro de agua.
Los estadios del occidente y centro del país recibirán los primeros partidos, mientras se evalúa la situación en las provincias más golpeadas. El tradicional Juego de las Estrellas fue cancelado, y la prioridad, aseguran fuentes oficiales, será “garantizar la seguridad y el bienestar de los atletas”.
El contraste, sin embargo, es inevitable. A la par de la reanudación deportiva, imágenes de techos arrancados, postes caídos y familias durmiendo en refugios siguen marcando la realidad oriental. En esa dualidad —la pelota que vuelve y la vida que apenas se recompone— se refleja una vez más la paradoja cubana: celebrar el regreso del béisbol, aun cuando el país sigue a medio iluminar.
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