Las imágenes se repiten con perturbadora frecuencia. Se ha convertido en la nueva tendencia cubana en internet.
Un día es un ladronzuelo atrapado y retenido por la muchedumbre que le filma e insulta en una esquina de Playa, Ciudad de la Habana, al que obsequian con trompadas y escupitajos hasta que la policía aparece en una esmirriada patrulla. Muchas veces el linchamiento no se interrumpe ni siquiera por la presencia policial. A través del cerco de la policía se cuelan bofetadas y jarros de orine.
Quienes le acribillan a insultos y bofetadas aplican su propia justicia mientras le recitan sus crímenes: robo a viejecitas vecinas, golpes y empujones para arrebatar una cartera o una gorra, a veces una detención policial transitoria y de regreso a la calle a elegir nuevas víctimas.
Otro día es un bandolero de poco honor, repulsivamente cobarde, al que otra multitud – esta vez en el Reparto Bahía, Habana del Este – le obliga a identificarse frente a un teléfono mientras le graban. Lo sostienen del cabello largo y sudado, arrodillado en plena calle.
Justo en la acera de enfrente está su víctima sentada en el portal de una casa mientras otros vecinos intentan calmarla: una niña en uniforme de secundaria básica, las manos ensangrentadas, lastimada, aterrada y temblorosa luego del ataque del bandido para arrebatarle el celular.
La grabación muestra incluso el arma con la que el delincuente ha herido en las manos a la niña: una especie de estrella de hojalata filosa.
En ningún caso se graba o exhibe todo esto como documentación probatoria para la policía o los tribunales cubanos. Es muy inusual que se les mencione durante estas filmaciones como amenaza de justicia contra el malhechor. Los vecinos no están documentando nada para un ejercicio de justicia posterior. De alguna forma ellos asumen que están haciendo su propia justicia ya.
Por el contrario, a los policías se les suele recibir en estas escenas con insultos, desprecio y desidia. Cero respeto. Cero solemnidad. No son aliados de la ciudadanía, no son símbolos de orden. El pueblo ni siquiera les teme. Inspiran a veces tanto desprecio en los barrios como los ladrones a los que se llevan en sus patrullas.
En otro episodio más grotesco aun si cabe, los vecinos de un barrio en Cienfuegos rodearon la vivienda donde un sujeto mantenía secuestrado a su propio hijo, al que la ley le impedía aproximarse luego de repetidas conductas violentas. Afuera, una turba de cientos de personas intentaba arrebatarle el niño, todavía en uniforme escolar.
La policía tardó horas en liberar al niño y apresar al sujeto. Una mamarrachada total. Los vecinos insultaban tanto al captor como a la decena de policías que parecían más interesados en conversar con el individuo que en imponer el orden y la ley en aquella escena dantesca.
Un elemento resaltaba en este incidente en particular y es revelador para todos los actos de su especie: los vecinos gritaban que las autoridades permitían estos excesos al sujeto porque “era un chivatón”. Colaboraba con la Seguridad del Estado, gritaban entre insultos e improperios.
Los cubanos están hartos de impunidad. Están hartos de indefensión.
Hace tres años un barrio entero de Santiago de Cuba le propinó una paliza (que pudo ser mortal) a un violador, y la escena quedó también registrada en decenas de celulares. La bazofia humana a la que estaban masacrando con ladrillos, barras de acero y palos, había enviado a un salón de operaciones, con peligro para la vida, a una niña de la que abusó como quiso. Cuando la policía intervino para detener la barbarie, la ejecución pública del criminal, se generó otra confrontación con miles de vecinos. El salvajismo era casi indetenible.
Los cubanos han interiorizado lo mismo que los italianos del siglo XIX que crearon la Cosa Nostra: cuando las instituciones no protegen, no dictan verdaderas normas cívicas, no imponen el temor y el respeto desde el imperio de la ley, de alguna forma habrá que hacer pagar a los indeseables por sus actos. Aunque sea perpetuando y normalizando la violencia.
Las mafias, el crimen organizado, surgió de ese principio en Sicilia poco antes de llegar el siglo XX. Allí donde hay impunidad general la rabia no desaparece: suele acumularse y engendrar una violencia que de alguna forma habrá que encauzar.
La filmación de estos rufianes en Cuba no es una diversión de nuevo tipo. No es una fiesta. Se graba con bochorno e indignación.
Deberían tomar nota los que mal gobiernan ese lindo país: están llevando a los cubanos a fundar casi sus propios grupos de crimen organizado. Es el resultado de tener patrullas policiales y fuerzas entrenadas para reprimir el descontento económico y político, pero no para sanear de delincuentes a la sociedad.
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