La violencia callejera en Santiago de Cuba ha cobrado una nueva víctima: una joven fue asaltada brutalmente por un delincuente que le robó su teléfono móvil, en pleno día y frente a testigos que no intervinieron.
Según relatos compartidos en redes sociales, la muchacha caminaba por una zona transitada cuando fue sorprendido por un hombre armado con un objeto punzante. El asaltante lo amenazó directamente y le exigió que entregara el teléfono. Aterrorizada, la joven accedió sin oponer resistencia.
Lo más alarmante no fue solo el robo, sino la indiferencia de quienes presenciaron el hecho. Nadie ayudó. Nadie gritó. Nadie hizo nada.
Este episodio refleja un patrón cada vez más común en Santiago: el miedo paraliza a la población y la delincuencia actúa con total impunidad.
Testigos aseguran que el agresor escapó tranquilamente del lugar, sin ser perseguido ni detenido por nadie. La policía llegó mucho después, cuando ya era tarde.
“Me duele más la pasividad de la gente que el teléfono perdido”, comentó el joven en redes sociales, visiblemente frustrado por la falta de humanidad en un momento de peligro real.
Este no es un hecho aislado. Santiago de Cuba vive una ola de asaltos, robos y violencia urbana que ha puesto en jaque la seguridad ciudadana. Ya no importa la hora ni el lugar: nadie está a salvo. Hoy fue un teléfono. Mañana puede ser una vida.
La comunidad clama por más vigilancia, patrullas activas y acciones reales por parte de las autoridades. Pero también pide algo igual de urgente: recuperar el sentido de solidaridad y el valor civil para no seguir siendo testigos pasivos del caos.
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