Bayamo, capital granmense, que el oficialismo cubano insiste en llamar “Ciudad Monumento”, hoy es símbolo de una dolorosa contradicción: mientras se glorifica el pasado en discursos, se descuida de manera indignante el presente de su patrimonio histórico.
La denuncia del comunicador y creador digital Arnoldo Fernández ha vuelto a poner en evidencia el abandono de la Torre de San Juan Evangelista, lugar donde descansaron por primera vez las cenizas de Francisco Vicente Aguilera, uno de los grandes próceres de la independencia cubana.
“El sitio, que debería ser un espacio de reverencia y memoria, ha sido convertido en un basurero indigno: excrementos, objetos rotos, bolsas de desperdicios y estructuras en ruinas muestran un nivel de descuido que resulta ofensivo no solo para la historia nacional, sino para la dignidad misma del pueblo cubano.”
La escena es especialmente hiriente porque Bayamo representa, en el imaginario colectivo, la cuna de la cubanía, la ciudad heroica cuyos ciudadanos prefirieron incendiar antes que rendirse a las tropas coloniales españolas.
Francisco Vicente Aguilera, nacido en Bayamo en 1821, fue un hombre de principios extraordinarios. A pesar de ser uno de los más ricos de Cuba en su tiempo, entregó toda su fortuna a la causa libertaria, liberó a sus esclavos y se integró a la lucha por la independencia. Fue vicepresidente de la República en Armas y mayor general del Ejército Libertador. Murió en el exilio en Nueva York en 1877, pobre y enfermo. Sus restos fueron repatriados en 1911, y, tras un recorrido solemne por varias ciudades orientales, llegaron finalmente al cementerio de Bayamo. En 1958 fueron colocados en el Retablo de los Héroes, un mausoleo que hoy también padece el olvido y el deterioro.
La denuncia de Fernández no es nueva. En enero de este mismo año, ya había alzado la voz, asegurando que su publicación había llegado a oídos de autoridades provinciales. Sin embargo, nada ha cambiado. “Cuatro meses después, la situación ha empeorado. No solo no se ha actuado, sino que el deterioro físico se ha profundizado. El silencio oficial es atronador y revela una profunda desconexión con la identidad que dicen defender.”
El problema va más allá de un monumento: es reflejo de una política cultural vacía, en la que se invierte en propaganda y hoteles, pero no en conservar la memoria real del país. ¿Cuántos otros sitios similares están hoy sumidos en el olvido? ¿Cuántos héroes de la patria yacen bajo el polvo, el desinterés y la basura?
Bayamo, con su historia sagrada, no merece este ultraje. Y Aguilera, símbolo del sacrificio por la libertad, tampoco. Si queda un mínimo de respeto institucional, debería comenzar por devolverle la dignidad a sus monumentos. Aunque sea por vergüenza, que se actúe. Porque cuando la historia se descuida, se pierde el alma de la nación.
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