José Daniel Ferrer, líder de la oposición cubana, ofreció este miércoles en la entrevista con Alexander Otaola un testimonio rotundo: tras años de represión, abusos físicos y psicológicos, el régimen que manda en Cuba está al borde de ceder “por inercia”. Su relato, transmitido en vivo y seguido por miles, describe no solo lo que él sufrió en prisión, especialmente en su etapa más reciente en la cárcel de Mar Verde, sino los hilos internos de tensión que, según él, debilitan la maquinaria represiva.
Un vez más Ferrer ha denunció torturas, amenazas y condiciones inhumanas —golpizas, privaciones de alimentos, insalubridad, presiones para que accediera a negociar con el régimen, grabaciones obligadas para desacreditarlo— y subrayó que aceptó el exilio solo por su familia y no bajo chantaje de la dictadura.
En la entrevista, Ferrer afirmó que hoy hay divisiones visibles en el propio aparato de represión: entre torturadores, agentes de seguridad y la clase represora, fracturas que se manifiestan en contradicciones, abusos internos y falta de consenso. Esas grietas, sostiene, presagian un colapso no activado necesariamente por una protesta heroica, sino por el desgaste sostenido del poder que ya no puede sostenerse mínimamente. Aunque no todos los detalles de esas divisiones fueron explicitados, la idea central es que el régimen ya no opera con la certeza de antes. Señaló a la arbitrariedad, enfermedades, aislamiento y tortura como herramientas de agotamiento del disenso, que siembran temor entre los opositores y crean incertidumbre de lucha popular en las masas.
Ferrer hizo énfasis en la unidad como arma imprescindible: no basta confrontar al Estado, dijo, sino que urge convencer a quienes hoy ni siquiera se posicionan en la causa de la libertad. Que los ciudadanos entiendan que la represión no solo golpea a los activistas, sino a toda la sociedad, que abra los ojos ante las mentiras oficiales, que se unan en solidaridad, y que el valor moral sea tan importante como el activismo visible.
A pesar de su exilio aceptado como protección para su familia, Ferrer deja claro nuevamente que no negociará concesiones que menoscaben su dignidad y ahora dispondrá de una nueva arma: el buscar ayuda de toda la cominidaad internacional a plena capacidad de movimiento y acción.
Este testimonio ejemplar no sólo conmueve por la crueldad vivida sino también por la firmeza con la que se sostiene una esperanza: la convicción de que el régimen colapsará no por un acto único, sino por acumulación de contradicciones internas, por el desgaste humano, por la erosión moral. Ferrer deja un mensaje claro: ni la prisión ni el miedo han podido quebrar lo esencial de su compromiso. Y eso, para millones de cubanos, es un símbolo irrenunciable.
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