Los médicos y colaboradores cubanos que cumplen misiones en el extranjero enfrentan una situación cada vez más absurda y frustrante. Durante años, los pagos de estas misiones, que en teoría representan miles de dólares o euros, han sido gestionados de manera que los profesionales prácticamente nunca los ven.
Antes se depositaban en CUC, luego en MLC y ahora se utilizan tarjetas “clásicas” que solo permiten comprar en tiendas en dólares dentro de Cuba, según directivos del Partido Comunista en Camagüey.
Aunque en teoría estas cuentas contienen divisas extranjeras, en la práctica el dinero es casi ficticio: no se puede retirar en efectivo, ni transferir libremente, ni usarlo fuera del sistema autorizado.
Médicos que reciben entre 4 000 y 5 000 USD o EUR por su labor humanitaria no llegan a disponer de esos ingresos. La situación ha generado comparaciones con las históricas “tiendas de raya” de las haciendas y centrales azucareros de la era industrial: el trabajador recibe un pago que solo puede gastar en la tienda del patrón, con precios inflados y productos limitados.
Varios testimonios recogidos en redes sociales denuncian que, incluso cuando el dinero puede ser transferido parcialmente, los precios altísimos de los productos y la disponibilidad mínima hacen que el poder adquisitivo sea casi nulo.
Muchos colaboradores se sienten atrapados: si abandonan la misión, pierden el acceso al dinero que nunca pudieron usar realmente. Otros comparan esta estrategia con un sistema de dominación económica, donde el Estado asegura su ganancia mientras limita severamente la libertad financiera de sus profesionales.
La indignación se refleja en los comentarios de redes: usuarios recuerdan que antes de 1959 los trabajadores eran pagados con bonos válidos solo en la tienda del dueño, un método de control económico que hoy resurge en la modalidad de tarjetas de divisas. La mayoría de los médicos encuestados asegura que este sistema no solo es injusto, sino que convierte el trabajo de los galenos en un negocio redondo para el Estado, con enormes beneficios financieros que nunca llegan a los que realmente trabajan.
A esto se suma la creciente fuga de profesionales: muchos prefieren abandonar misiones o incluso emigrar para acceder a sus ingresos y tener libertad sobre sus propios recursos. La percepción de explotación se ha consolidado como un problema histórico y sistémico, donde el reconocimiento del esfuerzo humano queda subordinado a un control monetario que recuerda modelos de esclavitud económica del pasado.
El debate sigue abierto: mientras el Estado maximiza ganancias y controla a sus médicos, estos últimos enfrentan la paradoja de trabajar con salarios elevados sobre el papel pero recibir en la práctica una fracción mínima, limitada y controlada de su remuneración. La pregunta es clara: ¿hasta cuándo se permitirá que un sistema así continúe en pleno siglo XXI?
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