La crisis económica en Cuba ha alcanzado un punto en el que ni siquiera se puede garantizar el pan de la canasta básica para la población. A partir de este 9 de mayo de 2025, en la provincia de Guantánamo, el acceso al pan será limitado únicamente a niños de 0 a 13 años y a instituciones sociales como hospitales, escuelas y el Sistema de Atención a la Familia, según informó el propio gobierno provincial.
La causa, según las autoridades, es la falta de trigo debido a restricciones en los envíos al país. Sin embargo, esta escasez no es un fenómeno aislado, sino parte de una profunda y prolongada crisis estructural generada por décadas de un modelo económico centralizado, ineficiente y sin voluntad real de reforma. El sistema cubano, incapaz de producir lo que consume y atrapado en su propio inmovilismo ideológico, continúa empujando a la población hacia niveles de miseria impensables.
La población cubana lleva años enfrentando apagones diarios, colas interminables, inflación descontrolada y desabastecimiento de productos esenciales como el aceite, la leche, la carne y los medicamentos. Ahora, con el pan fuera del alcance de la mayoría, la desesperanza crece. Este alimento, que durante décadas fue uno de los pocos garantizados a través de la libreta de racionamiento, también desaparece de la mesa de los cubanos.
Las autoridades han calificado la medida como “temporal”, aunque en la práctica muchas restricciones similares impuestas en el pasado han terminado por prolongarse indefinidamente. Lo cierto es que la distribución de harina ha sido intermitente por meses, y las panaderías estatales han venido funcionando a duras penas, con productos de pésima calidad cuando logran abrir sus puertas.
Este escenario no puede entenderse únicamente como consecuencia de factores externos. La negativa del gobierno cubano a liberalizar la economía, permitir la libre empresa, incentivar la inversión extranjera sin trabas políticas y, sobre todo, ceder poder al pueblo para que decida su propio destino, son las verdaderas causas de la ruina nacional.
Mientras el régimen insiste en culpar al embargo estadounidense o a las “dificultades objetivas del contexto internacional”, las familias en Cuba se ven obligadas a inventar con lo que haya, a hacer colas desde la madrugada o a pagar precios exorbitantes en el mercado informal para alimentar a sus hijos.
Las excusas oficiales ya no convencen a una población cansada de promesas vacías. La situación en Guantánamo es solo un reflejo de lo que ocurre en todo el país: un modelo fracasado que sigue negándose a ceder ante la urgencia de un cambio profundo.
Hoy en Gunatánamo no hay pan, pero tampoco hay esperanzas mientras se mantenga intacto un sistema que asfixia cualquier posibilidad de mejora real. Y aunque el gobierno ofrezca “disculpas por las molestias”, lo que millones de cubanos necesitan no es un perdón, sino una solución.
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