Los medios oficialistas cubanos han retomado en los últimos días el abordaje del fenómeno del consumo de drogas en la Isla, un problema del que ya se habían hecho eco en ocasiones anteriores, aunque de forma más esporádica o superficial. En un extenso artículo publicado por Cubadebate, uno de los principales portales informativos del régimen, titulado El abismo del “químico”, se reconoce que el consumo ha cobrado fuerza, especialmente entre los jóvenes.
El texto, centrado en un operativo antidrogas en Sancti Spíritus, refleja con detalle cómo las redes de distribución y consumo de sustancias sintéticas se han infiltrado en la vida cotidiana de los jóvenes cubanos. El caso narrado —donde una joven espirituana fue arrestada portando más de 400 envoltorios de “químico” camuflados en paquetes de orégano— es apenas la punta del iceberg.
Lo más significativo, sin embargo, no es el relato del operativo policial, sino el reconocimiento explícito de que el consumo de drogas ha dejado de ser marginal y que, como admite el teniente coronel Iván Ruiz Mata, jefe provincial de la Unidad de Enfrentamiento Especializado Antidrogas (UEEA), ya existe una tendencia sostenida de expansión en varias provincias del país. “El químico ha ganado en auge”, declara el oficial, y alerta que el 90 % de quienes lo prueban por primera vez, quedan atrapados en su consumo.
Ruiz Mata atribuye este cambio a una combinación de factores externos e internos, entre ellos la migración de jóvenes a países donde el consumo de drogas está legalizado, el impacto de las redes sociales y el contacto con otras realidades culturales. “Han permeado la mentalidad local”, asegura.
No obstante, lo que el artículo oficialista evita señalar con claridad es el verdadero trasfondo del problema: la profunda crisis económica y social que atraviesa Cuba, que ha dejado a una generación sin horizontes. La expansión del consumo de drogas es inseparable de la desesperanza que consume a miles de jóvenes cubanos atrapados entre la escasez, la represión y la falta de oportunidades.
¿Cómo no perderse en la adicción cuando el día a día está marcado por el desabastecimiento, los apagones, los salarios que no alcanzan y una vida sin incentivos ni futuro? La droga no entra en el cuerpo solo por una fiesta: también entra como escape, como refugio frente a la desesperanza.
Los testimonios recogidos en el artículo de Cubadebate refuerzan esa lectura. Kenia**, una joven sancionada a siete años de prisión por tráfico de drogas, confiesa desde su celda cómo cayó en el abismo por seguir a amistades “que no eran más que sombras lejanas”. Su relato es estremecedor: estudiaba, tenía planes, pero la falta de guía, expectativas y sentido en un país cada vez más sombrío la condujo a una decisión que hoy lamenta.
La propia nota oficial reconoce que los casos de intoxicación y sobredosis ya han llegado a hospitales, y que drogas como el “químico” —mucho más potente y barato que la marihuana o la cocaína— se están popularizando con rapidez, sobre todo entre sectores juveniles. La situación ha obligado incluso a capacitar a dueños de bares privados para que sepan identificar síntomas de consumo y evitar que sus negocios se conviertan en puntos de distribución o consumo.
Aunque el régimen intenta mantener la narrativa de que el problema “está bajo control” y que los traficantes están siendo arrestados, lo cierto es que el reconocimiento mismo del fenómeno por parte de medios estatales evidencia un desbordamiento institucional. El Estado cubano, que por décadas alardeó de ser un territorio “libre de drogas”, comienza ahora a enfrentar la cruda realidad de que la marginalidad, la represión, la falta de futuro y la emigración masiva también abren paso a la expansión de fenómenos asociados al narcotráfico y la drogadicción.
A pesar de los discursos que insisten en culpar al “influjo foráneo”, al estilo de vida capitalista y a las redes sociales, es en la miseria local donde el fenómeno ha echado raíces profundas. La juventud cubana —formada en un sistema que ya no promete ni provee— ha quedado huérfana de alternativas. La droga no es solo una sustancia: es un síntoma del fracaso de un modelo político que se niega a renovarse y que ha sepultado las aspiraciones de quienes aún no han cumplido los 30.
Detrás de cada operativo policial y cada paquete incautado hay un vacío que no se llena con vigilancia. La reconstrucción del tejido social pasa por generar oportunidades, dar voz a la juventud, permitir proyectos de vida que no pasen por la emigración o la marginalidad. Mientras eso no ocurra, el químico —y lo que venga después— seguirá ganando terreno.
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