Antes de 1959, El Vedado era sinónimo de modernidad, distinción y belleza en La Habana. Barrio surgido a finales del siglo XIX y desarrollado con fuerza en la primera mitad del siglo XX, representaba lo más avanzado de la vida urbana cubana.
Sus avenidas arboladas, como Paseo y 23, sus residencias elegantes de estilos art déco, neoclásico y ecléctico, así como la presencia de parques y bulevares, convertían a El Vedado en un espacio cosmopolita y vibrante, digno de cualquier capital del mundo.
Uno de sus mayores símbolos de progreso fue el edificio FOCSA, inaugurado en 1956. Con sus 39 pisos y 121 metros de altura, fue en su momento la segunda estructura de hormigón armado más alta del mundo y un verdadero orgullo nacional.
Allí coexistían apartamentos de lujo, estudios de televisión, restaurantes de prestigio y servicios de primer nivel. Era un emblema de modernidad que rozaba el Malecón, levantándose como muestra del ingenio y la prosperidad cubana. Su construcción, junto a otras joyas arquitectónicas, proyectaba una ciudad limpia, ordenada y con un horizonte de desarrollo.
El Vedado de entonces se distinguía también por su decencia urbana: calles cuidadas, servicios en funcionamiento, alumbrado eficiente y una vida social activa, con cines, teatros, clubes y cafés. Era el corazón cultural y económico de la capital, donde se cruzaban artistas, empresarios, estudiantes y familias que disfrutaban de un entorno digno y atractivo.
Hoy, sin embargo, gran parte de esa imagen se ha desdibujado. Las mismas calles que respiraban modernidad están deterioradas, plagadas de basura, desechos sólidos y pestilencias; calles llenas de baches sin reparación.
La falta de mantenimiento ha convertido parques en ruinas, solares en vertederos y edificios en focos de vectores. Lo que antes fue símbolo de limpieza y orgullo se ve asfixiado por la desidia y el abandono.
El Vedado, que fue vanguardia de la modernidad cubana, sobrevive hoy entre la nostalgia y el contraste doloroso con aquel esplendor que parecía eterno.