Cuando las circunstancias se desmoronan, es necesario encontrar a un culpable. Esta necesidad de echar la culpa, tan antigua como la humanidad misma, es casi una constante en tiempos de crisis. Si algo se rompe y no hay responsables a la vista, el dedo señala al más callado, al más distante. Si el ron se acaba, se culpa al que no bebe. Y si un país se desmorona, siempre habrá un chivo expiatorio, alguien dispuesto a cargar con el peso de todos los fracasos.
En Cuba, ese chivo expiatorio tiene un nombre: Díaz-Canel.
Este hombre, nacido en la sombra de un régimen que no podía prolongarse por más tiempo, asumió el papel de “burro expiatorio” con una habilidad desconcertante. No es un líder carismático ni respetado. Tampoco inspira temor ni confianza. Más bien, parece el gerente de una catástrofe, ese que entra a una fiesta arruinada, esperando que todo se solucione, mientras la situación sigue deteriorándose a su alrededor.
Los cubanos, a pesar de la miseria, son conocidos por su ingenio y lo han visto. Lo miran como a un actor secundario que se cree protagonista y se burlan de él. Lo llaman de mil maneras: "s1nga0", "títere", "monigote", "Pinocho", "canelón encantado", "puesto a deo".
Lo culpan de todo: del apagón interminable, del pan que nunca llega, de la falta de alimentos, de la inflación galopante y, por supuesto, de un dólar que se esconde como una sombra. Y Díaz-Canel, como un buen burro con doctorado, acepta esa carga sin rechistar, porque sabe que su lugar es ese.
Sin embargo, no olvidemos que no fue él quien eligió ese destino. Otros, como Fidel y Raúl Castro, lo colocaron ahí. Fidel, el manipulador por excelencia y Raúl, más sibilino, vieron en él a alguien fácil de manejar, sin ambiciones propias ni sombra que pudiera eclipsar su régimen. Un hombre obediente, dispuesto a cumplir órdenes sin cuestionarlas, aunque esas órdenes implicaran represalias violentas.
Lo curioso es que la gente no odia a Díaz-Canel por ser el burro expiatorio. Lo odian porque es el único responsable visible, el que ha de soportar todos los insultos, las burlas y el rencor de un pueblo atrapado por la desesperación.
Pero el verdadero problema no es Díaz-Canel en sí, sino el sistema que lo ha colocado en ese lugar. En su rostro impasible y ausente se refleja la desconexión con la realidad, como si, cada vez que aparece, se preguntara si apagó o no la cocina de gas antes de salir.
Nuestro burro expiatorio sigue sin enterarse de que los tiempos cambian, cada vez más metido en su personaje de continuidad, como un cantante de karaoke desafinado que quedará solo en el escenario sin música de fondo, en ese momento, los mismos que hoy le aplauden, le cobrarán todos los platos rotos, incluso el vaso de leche que nunca llegó y el fracaso de la zafra de los 10 millones.
Luego lo callarán con un infarto sorpresa, o tal vez lo suelten antes a la gente para que lo linchen, mientras él siga con su cara del que no sabe si apagó el gas al salir de la casa, entonces los verdaderos culpables degustarán sus mojitos en algún rincón de la historia, partidos de la risa por lo bien que les salió el truco del burro.
Del perfil de Oliet Rodriguez
Mientras tanto, el Castro anciano y toda su cofradía y decendencia continúan su retiro, viendo cómo su truco del burro expiatorio sigue funcionando, a costa de la frustración colectiva.
El dolor de una madre ante la negligencia médica en Cuba: '¡Mi hija murió de abandono!'
Hace 7 horas
Accidente masivo en la carretera Moa-Sagua: 7 personas heridas pero sin víctimas mortales
Hace 1 día