Bárbara Farrat Guillén era una cubana más que prefería el silencio ante la represión. Vivía con resignación, convencida de que alzar la voz no cambiaría nada. Todo eso cambió el 11 de julio de 2021, cuando su hijo Jonathan Torres salió a la calle en plena celebración de su cumpleaños número 17 para unirse a las protestas pacíficas que estallaron en Cuba.
Ese día, el estado lo marcó como enemigo y lo condenó a cuatro años de cárcel por el delito de sedición, convirtiéndolo en uno de los 60 menores encarcelados tras el 11J.
“Fue horrible”, recuerda Bárbara. “Recuerdo los tiros, la gente corriendo, los abusos de la Policía”.
Su vida se transformó desde entonces. Primero tuvo miedo, no dejaba a Jonathan salir de casa. Pero cuando se lo llevaron arrestado, algo cambió en ella. “Me quitaron el miedo”, confiesa. Fue entonces cuando empezó su lucha pública, su activismo, su decisión irreversible de visibilizar lo que le estaba ocurriendo a su hijo y a tantos otros.
El primer acto de denuncia lo hizo dos días después del arresto, frente a la estación policial de Acosta en La Habana. Aunque al principio pocos la escuchaban, la represión fue aumentando: vigilancia, amenazas, secuestros. Fue en ese momento cuando comprendió que su voz empezaba a hacer eco. Y no se detuvo.
“La única forma de lograr sacarlo era haciendo todo visible”, explica. Jonathan salió de prisión casi diez meses después, bajo un cambio de medida. Pero volvió distinto. Silencioso. Marcado. “Yo siempre pensé que el tiempo lo curaba todo, y me he dado cuenta de que no. No lo ha hecho con él, ni con ninguno de nosotros”, dice Bárbara.
Ella, seropositiva y madre desde los 15 años, vivió además el nacimiento de su primer nieto mientras su hijo estaba en la cárcel. Su familia quedó quebrada, pero no su voluntad. “Los familiares de los presos políticos no podemos quedarnos callados”, insiste. “El régimen logra su objetivo si acá afuera no hablamos por ellos”.
A pesar del miedo, Bárbara ha visto una transformación en su comunidad. Si antes era la única que protestaba, hoy ya no lo es. “Ahora se sienten las cazuelas por toda la Calzada de Diez de Octubre”, dice.
Para ella, el país está colapsado y el gobierno comete un grave error: meterse con las madres. “Como mismo me cambiaron a mí por tocar a mi hijo, muchas otras han despertado”.
Su voz representa a muchas. El 11J dejó mil 597 personas encarceladas. La mayoría sigue tras las rejas, pero afuera, las madres siguen gritando.
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