El gobierno cubano volvió a reconocer, de manera implícita, su incapacidad para hacer producir el campo nacional. Esta vez lo hizo a través de un acuerdo firmado en la provincia de Artemisa con la empresa vietnamita Viet Royal, al que se le cedieron 2.000 hectáreas de tierras ociosas para el cultivo de productos como soja, boniato, malanga, papa y marañón.
El convenio, suscrito entre el Grupo Empresarial Agroforestal de Artemisa (GEAF) y la compañía extranjera, establece que Cuba aporta lo único que ya no sabe aprovechar: las tierras, junto con fábricas, almacenes, combustible y mano de obra. La parte vietnamita, en cambio, pone lo que en la isla escasea o está en crisis permanente: maquinaria, semillas, fertilizantes, capital de trabajo y personal técnico. La comercialización de lo producido será compartida entre ambas partes, aunque parte importante se destinará a la exportación.
El acuerdo recuerda inevitablemente al firmado en 2024, cuando el régimen entregó a otra empresa vietnamita 1.000 hectáreas para el cultivo de arroz. Fue la primera vez que, desde 1959, el Estado reconocía abiertamente que necesitaba ceder tierras a capital extranjero para poder producir lo que los cubanos llevan décadas demandando sin éxito.
El hecho de que el país tenga que “alquilar” sus tierras para que otro las explote revela un fracaso monumental de las políticas agrícolas del régimen. Pese a que Cuba cuenta con más del 60 % de sus tierras cultivables declaradas como “ociosas” o “subutilizadas”, los dirigentes han sido incapaces de impulsar una producción sostenida que garantice alimentos básicos para la población.
La crisis agrícola se agrava con cada año: los precios de frutas, viandas, granos y hortalizas alcanzan cifras prohibitivas en los mercados, mientras el desabastecimiento golpea a las familias más vulnerables. El campo cubano, que antes de 1959 era capaz de sostener exportaciones de azúcar, tabaco, café y ganado, hoy depende de importaciones millonarias para cubrir hasta el pan diario.
La entrega de tierras a Vietnam no puede verse como una estrategia moderna de cooperación, sino como un acto de vergüenza nacional. ¿Cómo es posible que un país con recursos agrícolas, clima favorable y tradición campesina tenga que delegar en otros la producción de alimentos básicos? La respuesta está en la ineficiencia del modelo socialista, en la falta de incentivos a los productores privados, en el control estatal asfixiante y en la ausencia de reformas profundas.
Mientras en naciones vecinas con menos recursos se multiplica la producción agrícola gracias a la apertura al mercado, en Cuba los campesinos siguen enfrentando restricciones absurdas: no pueden vender libremente, dependen de empresas estatales intermediarias, carecen de insumos y ven cómo sus cosechas se pierden en el campo por la desorganización oficial.
La alianza con Vietnam puede dar un alivio temporal en algunos renglones, pero no resuelve el problema de fondo: la incapacidad del régimen para alimentar a su pueblo. Cada nueva hectárea entregada a manos extranjeras es también un símbolo de dependencia y de renuncia a la soberanía económica que tanto pregona el discurso oficial.
En lugar de abrir espacios reales para los agricultores cubanos y permitirles producir sin ataduras ideológicas ni burocráticas, el gobierno prefiere ceder a otros lo que debería ser fuente de riqueza nacional. Y ese, más que un acuerdo de cooperación, es un testimonio del fracaso del socialismo cubano en el campo.
Isabella Ladera convierte en viral la canción Alaska del Yexel Díez antes de su estreno
Hace 3 horas