El cantautor cubano Carlos Varela ha hecho un reclamó desde su perfil oficial en redes sociales, aludiendo a que si no escribe sobre los muchachos de San Isidro ‘estaría negándose a sí mismo y a su historia.
El seguido músico de la isla ha salido en defensa de lo que cree justo y hace varias preguntas a su audiencia: “¿Con qué derecho alguien puede decidir quién es artista y quién no? ¿Quién es cubano y quién no?”
Varela, deja su parecer en una extensa publicación que se resume en su pedido “Ya es hora de sentarse a dialogar”.
Mientras pregunta a las autoridades ¿Cuándo serán escuchados los nietos de Guillermo Tell?
La defensa del trovador cubano a los jóvenes que se mantienen en huelga de hambre en la barriada de San Isidro, es una muestra más de apoyo que les llega cuando en los últimos días solo han recibido intentos de descrédito por parte de los medios de prensa estatales.
Los más de 10 artistas e intelectuales continúan plantados en una casa del emblemático barrio pidiendo la libertad de uno de sus compañeros acusado de desacato.
Sus palabras, necesitan ser leídas por los cubanos de dentro y fuera:
Si no escribo estas palabras
estaría negándome a mí mismo y a mi historia. No conozco personalmente a ninguno de los muchachos de San Isidro, pero eso no es lo que importa hoy. Cualquier ser humano que esté dispuesto a morir por una causa, sea cual sea, merece ser escuchado con respeto.
Soy humano, no me pidas entonces que mire hacia otro lado. No seré cómplice del silencio del coro.
Veo con mucha tristeza y vergüenza a donde hemos llegado. ¿Qué nos ha pasado?
Sobre las líneas de mis canciones viajan muchas heridas invisibles. Hace varias décadas atrás, cuando esos muchachos de San Isidro eran solo unos niños o no habían nacido, mis canciones y yo ya estábamos pasando por algo parecido. También quisieron apagarme, borrarme, marginarme, censurarme y, como a una gran parte de mi generación que no aguantó la presión, invitarme a irme de Cuba. Lo increíble es que muchos de los que desde el mismo poder me acusaron y persiguieron, finalmente terminaron largándose de aquí. ¿Y entonces? Yo jamás acusé a ninguno de mercenario por irse, por traicionar lo que ellos supuestamente defendían. Simplemente seguí siendo yo, “sentado en el contén del barrio”, haciendo mi obra.
No se puede ir por ahí pregonando que los cubanos somos los más valientes, “el hombre nuevo y solidario”, el ser humano modelo que sueña y desea un mundo mejor, si primero no soñamos y peleamos para tener un país mejor. Un país que verdaderamente nos incluya a todos, estén donde estén, piensen como piensen. Ya es hora de sentarse a dialogar y a escucharse, porque todos, vivamos donde vivamos, pensemos como pensemos, seguimos siendo parte de esta
nación. Los de San Isidro también forman parte de este país. Tener diferencias ideológicas, generar cambios, pensar caminos distintos
para construir la polifonía de voces de un país, es legítimo y sano. Eso no debería decidirlo, ni limitarlo, mucho menos regularlo un gobierno en nombre de una u otra ideología. ¿Con qué derecho alguien puede decidir quién es artista y quién no? ¿Quién es cubano y quién no?
Ser crítico en la sociedad en la que uno vive tiene que ser un derecho intocable. Si a todos los que tengan ideas críticas, opuestas y diferentes los amenazan, agreden, censuran, regulan y encierran, entonces
terminaremos presos de conciencia muchos millones de habitantes.
Que un pueblo haga silencio no significa que no piense.
No se puede seguir cortándole las alas a la libertad de expresión, a la libertad de pensamiento y a la libertad individual que es en el
siglo XXI, un derecho fundamental de todo ser humano.
Esa no es la Cuba que yo soñé.
Todo lo que está sucediendo puede llegar a ser contradictorio
con el cartel y el eslogan de “Cuba Salva”.
Los actos de repudio entre cubanos, hombres y mujeres insultando, golpeando e injuriando nunca debieron ocurrir. Estos gestos infames seguirán siendo una vergüenza nacional. Los actos de repudio deben parar de una vez y por todas. Esa intolerancia hacia lo
diferente, ese miedo al debate, a lo alternativo y opuesto la llevamos inoculada en la sangre y resulta una verdadera mancha a nuestra identidad. Miles de cubanos que participaron en los actos de repudio de los ochenta y noventa ahora viven lejos de esta isla. Algunos enmudecen de vergüenza, muchos hoy piensan diferente, pero saben que solo hay un culpable: el miedo. El miedo puede mover masas, basta con seguir atentamente la historia de la humanidad.
Lo que pase en Cuba y a los cubanos estén donde estén me lastima, me hiere y me duele.
Como he dicho antes, no conozco a los muchachos de San Isidro, pero eso no es lo que importa hoy. Ellos
son también jóvenes y rebeldes a su manera y si ahora están haciendo una huelga de hambre para defender su derecho a pensar diferente y a expresarlo libremente hay que escucharlos.
Ya es hora de sentarse a dialogar.
¿Es tan difícil eso? ¿Tan largos fueron los monólogos que olvidamos escuchar?
Ellos están defendiendo sus derechos que son también los de muchos que hoy se esconden detrás del silencio. Los mismos derechos por los que yo he luchado durante 35 años escribiendo canciones; el derecho a pensar y expresarse libremente.
¿Eso es acaso un delito?
¿Será que tendremos que borrar de una vez la palabra DIALOGO del diccionario de cubanismos?
Si yo no escribo estas palabras
estaría negando mi necesidad de defender y apostar por el diálogo como el mejor camino para luchar contra la violencia.
Rodeado de amenazas y conjeturas, nacieron buena parte de mis canciones, al calor de la censura y el silencio de los otros.
¿Cuándo serán escuchados los nietos de Guillermo Tell?
Ahora ellos tienen la palabra.