En pleno corazón de La Habana, el retrato de la miseria se muestra sin filtros: hombres y mujeres hurgan entre la basura o piden limosna para poder comer. Lo que antes se consideraba una excepción, hoy se ha vuelto rutina en muchas zonas del país.
José Fernández, un anciano con una pensión que apenas supera los 1.600 pesos cubanos (alrededor de 13 dólares), ha hecho del “buceo” en los contenedores de basura su única forma de subsistencia. Conserva restos de comida en una bolsita plástica “para después” y sobrevive con lo poco que encuentra en su camino. A pocos metros, una mujer mayor estira la mano a la entrada de un restaurante donde ella jamás podrá sentarse.
La escena se repite en otras zonas. José Luis Balsinder, de 56 años, antes vigilante privado, recorre casi 50 kilómetros desde su casa en Guanajay hasta la capital para buscar comida o algún gesto de solidaridad. “Si aquí no hay nada, imagínate allá”, afirma resignado.
Ambos comparten la etiqueta oficial de “personas con conducta deambulante”, una fórmula que el Gobierno cubano prefiere usar en lugar de términos como pobreza o indigencia. Para la exministra de Trabajo y Seguridad Social, Marta Elena Feitó, estas personas son solo individuos “disfrazados” que eligen una vida fácil. La declaración, hecha ante el Parlamento y aplaudida por los diputados, desató una ola de críticas y, poco después, su renuncia.
Pero las cifras desmienten el negacionismo. El primer ministro Manuel Marrero reconoció que más de 310.000 cubanos viven en situación de vulnerabilidad. Y según estadísticas oficiales, entre 2014 y 2023 se identificaron al menos 3.690 personas en condiciones extremas, la mayoría hombres de edad avanzada.
Aunque el Gobierno anunció un aumento en la pensión mínima —de 1.528 a 3.056 pesos cubanos—, la medida apenas representa un alivio. Con esos 25 dólares mensuales apenas se cubre el costo de un cartón de huevos. Mientras tanto, el salario promedio estatal ronda los 48 dólares, muy por debajo del costo de la canasta básica alimentaria para dos personas, que supera los 200.
La economista independiente Tamarys Bahamonde critica la narrativa oficial, que usa eufemismos como “vulnerabilidad” para evitar hablar de pobreza estructural. “Si no reconoces a los pobres, no puedes diseñar políticas para ayudarlos”, afirma. También cuestiona el término “conducta deambulante”, que responsabiliza al individuo en lugar de al sistema que lo margina.
Para Bahamonde, la pobreza en Cuba es un fenómeno sistémico. No se trata de casos aislados ni de comportamientos desviados, sino del resultado de un modelo económico que ha dejado de garantizar lo esencial: comida, techo y dignidad.
(Con información de EFE)
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