El retorno de los drones Bayraktar TB-2 al frente sur de Ucrania marca un giro significativo en la dinámica aérea del conflicto con Rusia, y no por la tecnología que representan, sino por lo que revela su uso en el terreno.
Durante los primeros meses de la invasión rusa en 2022, estos drones turcos se convirtieron en símbolos del ingenio militar ucraniano, al frenar convoyes y atacar objetivos clave. Sin embargo, con el tiempo, su efectividad se redujo frente a las sofisticadas defensas antiaéreas rusas, lo que obligó a Ucrania a relegarlos a un segundo plano y apostar por alternativas más baratas, pequeñas y difíciles de interceptar, como los drones FPV.
Ahora, sin previo aviso, los TB-2 vuelven a surcar los cielos, una señal inequívoca de que algo ha cambiado.
"Su reaparición no es nostálgica, sino táctica: Rusia está perdiendo sus defensas aéreas en el sur del país. Los drones kamikazes ucranianos han degradado sistemáticamente los sistemas de radar y misiles rusos, dejando expuestas zonas como Crimea. Y es ahí donde los TB-2 encuentran una segunda vida"
Con sus misiles de precisión y alcance de hasta ocho kilómetros, los TB-2 no compiten con los enjambres de drones más modernos, pero sí ofrecen capacidad quirúrgica en un frente que empieza a mostrar fisuras. No es que el TB-2 haya mejorado desde 2022 —todo lo contrario, su vulnerabilidad es mayor—, pero la guerra se define también por la capacidad de adaptación. Y Ucrania lo está demostrando.
El nuevo equilibrio aéreo obliga a Rusia a concentrar sus mejores defensas en el este y el interior del país, donde los ataques con drones FPV han sido especialmente destructivos. Esta concentración ha dejado menos protegida la región sur, abriendo espacio para que plataformas más grandes y visibles como los Bayraktar puedan operar con cierta seguridad.
“Es un juego de desgaste constante”, dice un técnico ucraniano. “Les obligamos a mover sus defensas, a proteger unos puntos y dejar otros vulnerables. En cuanto detectamos una brecha, la aprovechamos”.
Este tipo de guerra dinámica no permite respiros y cada movimiento ruso genera una reacción ucraniana que busca maximizar el daño con recursos disponibles.
Además, el regreso de los TB-2 tiene un valor simbólico. Representan una herramienta que se creía agotada y que vuelve a ser útil por la situación específica del frente. No son el plan A de Ucrania, pero su utilidad vuelve a ser estratégica, especialmente para atacar tropas en movimiento, infraestructuras o embarcaciones, como se ha visto en el río Dnipro.
La Marina ucraniana ya ha documentado ataques exitosos recientes, confirmando que los cielos del sur están, por ahora, más despejados de amenazas. Esto no implica que la guerra esté resuelta, pero sí indica un reacomodo importante del tablero militar.
El conflicto sigue lejos de su fin y cada evolución en el campo de batalla tiene implicaciones profundas. El TB-2 no es un arma invencible, pero su resurrección muestra que la guerra en Ucrania también se libra con memoria, reciclaje táctico y capacidad de adaptación frente a un enemigo que sigue perdiendo recursos a un ritmo preocupante.
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