Tras años de silencio institucional y críticas crecientes por el aumento de personas viviendo en la calle, el gobierno cubano ha comenzado a construir centros de acogida en algunas provincias del país.
Uno de los más recientes se levanta en Guantánamo, anunciado por autoridades locales como una respuesta "urgente" ante la creciente visibilidad del problema. Sin embargo, detrás de esta iniciativa se esconde una realidad más compleja: la incapacidad del sistema para garantizar el derecho a una vivienda digna.
Aunque el centro en Guantánamo busca ofrecer un mínimo de resguardo a quienes han perdido su hogar, su creación no alcanza a cubrir ni una fracción del problema. En un país donde el déficit habitacional supera las 800,000 viviendas y donde cada lluvia o temblor puede provocar un nuevo derrumbe, estos centros no representan más que un parche ante una herida profunda y mal atendida.
El número de personas sin techo ha aumentado visiblemente, impulsado por años de desinversión en infraestructura, el deterioro del fondo habitacional y la ineficacia de las políticas públicas. Muchos de quienes hoy viven en la calle son víctimas de desalojos silenciosos, de colapsos estructurales o de la imposibilidad de acceder a materiales de construcción, incluso si tienen terreno propio.
La respuesta estatal ha sido, por tanto, tardía. Después de años de minimizar o invisibilizar el fenómeno, ahora se intenta remediarlo con soluciones de corto plazo. Pero estos centros, aunque necesarios, son insuficientes y no alcanzan a cubrir la creciente demanda. Más preocupante aún es que se trata de una solución vertical, sin participación real de la comunidad ni enfoque integral.
Mientras tanto, el estado continúa destinando recursos millonarios al sector turístico, levantando hoteles de lujo en contraste con edificios habitacionales que se desmoronan a pocos kilómetros. Esta dualidad resalta la desconexión entre las prioridades oficiales y las urgencias sociales.
La situación de las personas sin hogar en Cuba no puede seguir siendo tratada como un problema marginal o estético. Requiere voluntad política, planificación responsable y una visión centrada en los derechos humanos.
Construir centros es apenas un primer paso; transformar el modelo de atención social es el verdadero reto pendiente.
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