Un hecho que ha causado profunda conmoción y repudio tuvo lugar recientemente en el cementerio del municipio La Lisa, en La Habana. Según denunció la página de Facebook La Tijera, varios ladrones irrumpieron en el camposanto y, aprovechando la ausencia de los trabajadores durante el horario de almuerzo, profanaron cerca de 30 osarios, esparciendo restos humanos por áreas verdes y panteones con total indiferencia.
El acto, tan grotesco como doloroso, deja al descubierto no solo un delito, sino una muestra brutal de la descomposición moral que atraviesa la sociedad cubana actual. Los osarios, que eran contenedores plásticos nuevos, fueron robados y, de acuerdo con el testimonio compartido en redes sociales, están siendo vendidos como si fueran neveras. Sí, como si fueran electrodomésticos comunes, sin el más mínimo respeto por su propósito original ni por los restos humanos que contenían.
Este acto no solo ha causado un daño físico a las tumbas y restos de los fallecidos, sino un dolor irreparable a las familias, que ahora no pueden identificar los restos de sus seres queridos debido a la pérdida de la numeración y datos que contenían las urnas robadas. Para muchos, los restos de sus familiares han quedado mezclados e irreconocibles, sumiéndolos en una angustia que ninguna reparación podrá mitigar.
La pregunta que muchos se hacen tras conocer esta noticia es: ¿hasta dónde ha caído la sensibilidad y la decencia en Cuba? ¿Qué clase de persona es capaz de cometer una atrocidad semejante con tal de obtener una ganancia mínima? Este tipo de actos no solo deben ser condenados, sino también analizados en su raíz: la profunda crisis de valores que ha generado la escasez, el abandono institucional y la desesperanza.
No se trata de un hecho aislado. Esta escena macabra es un reflejo de una sociedad erosionada por décadas de carencias materiales y morales, donde el hambre, la necesidad y la impunidad han sepultado cualquier vestigio de escrúpulo. La misma Revolución que prometió formar al "hombre nuevo", solidario y consciente, ha terminado pariendo sujetos capaces de violar hasta la última frontera del respeto humano: la del descanso eterno de los muertos.
En el cementerio de La Lisa, el silencio de la muerte fue interrumpido no por el homenaje de una familia, sino por la indignidad de quienes, movidos por la miseria o la codicia, pisotearon los restos de otros para vender cajitas como si fueran refrigeradores. Lo que ocurrió no es solo un crimen. Es una metáfora trágica del colapso de un proyecto de nación que prometía justicia, igualdad y dignidad, y hoy entrega desesperación, abandono y barbarie.
Fuente: La Tijera
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