El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel volvió a la desgastada retórica de siempre: "trabajar duro" y "fortalecer la relación con el pueblo" como fórmula mágica para superar la profunda crisis económica y social que asfixia a la Isla. Sus declaraciones, emitidas durante un recorrido por los municipios de Jobabo y Colombia, en la provincia de Las Tunas, demostraron una vez más la falta de voluntad política para implementar reformas reales que puedan cambiar el sombrío panorama de Cuba.
En medio de un país golpeado por una inflación galopante, escasez crónica de alimentos, medicinas y combustible y sometido a constantes apagones, Díaz-Canel optó por reciclar el mismo discurso hueco que viene repitiendo desde hace años, ignorando las demandas de amplios sectores de la ciudadanía que exigen cambios profundos.
La desconexión entre las palabras oficiales y la dramática realidad que viven los cubanos resulta cada vez más insultante.
En lugar de reconocer la necesidad urgente de reformas estructurales, el mandatario insistió en las soluciones administrativas, la disciplina social y la controvertida bancarización forzosa como únicas alternativas. Una receta ya conocida, que hasta ahora solo ha servido para agravar el malestar popular y acrecentar el descrédito del régimen.
El descaro de Díaz-Canel al pedir, una vez más, "trabajar duro" sin ofrecer resultados concretos ni asumir responsabilidad alguna, irrita aún más a una población que enfrenta diariamente colas interminables, precios inalcanzables y un sistema de servicios públicos en colapso. El agotamiento y la frustración de la gente contrastan con la comodidad de los altos dirigentes, que parecen vivir en una burbuja ajena al sufrimiento colectivo.
Cada intervención del gobernante refuerza la sensación de estancamiento y desesperanza. No hay innovación en su discurso, ni atisbo de autocrítica o apertura. Solo la repetición automática de las mismas frases vacías, en un intento desesperado por ganar tiempo ante una crisis que se agrava sin tregua.
Mientras tanto, la realidad en la calle es otra: apagones que paralizan ciudades, hospitales sin insumos básicos, jóvenes que emigran en masa y una sociedad que sobrevive más por la solidaridad entre vecinos que por las promesas oficiales.
Frente a ese escenario, el llamado de Díaz-Canel a "trabajar duro" suena no solo desgastado, sino profundamente ofensivo. La Cuba de hoy necesita cambios reales, no más discursos estériles. Y cada palabra repetida por Díaz-Canel solo subraya su incapacidad –o su desinterés– para escuchar al pueblo que dice representar.
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