Eduardo Antonio, conocido popularmente como El Divo de Placetas, es mucho más que un personaje pintoresco del centro de Cuba: es un símbolo de expresión, color y autenticidad en un país donde ser diferente aún conlleva riesgos. En un entorno marcado por la rigidez y la uniformidad, Antoni destaca como un estallido de lentejuelas, plumas, trajes brillantes y peinados cuidadosamente estilizados. Su presencia es imposible de ignorar, no solo por su vestuario, sino por la fuerza con la que defiende su derecho a ser quien es, sin pedir permiso.
El divo se ha ganado su apodo no solo por su pasión por el espectáculo, sino por su estilo extravagante, su voz teatral y su puesta en escena constante, incluso fuera de cualquier escenario. En Placetas, una ciudad pequeña donde todos se conocen, su caminar firme y sus atuendos llamativos han sido tanto motivo de críticas como de admiración. Hoy, muchos dicen que su nuevo look —con rizos definidos, camisa ceñida y actitud de estrella— lo hace parecerse a David Bisbal. A él, el comentario lo divierte. Lo asume como un cumplido más, aunque deja claro que su estilo no es copia de nadie: es suyo, es único.
Sus disfraces —porque así los llama él mismo, con orgullo— van desde imitaciones de artistas internacionales hasta creaciones propias, que mezcla con ingenio y audacia. Un día puede salir vestido con capa de terciopelo rojo y botas doradas, y al siguiente con una chaqueta de lentejuelas y pantalones de cuero, todo acompañado de una sonrisa desafiante que dice: “aquí estoy y no me voy a esconder”.
Para algunos, Eduardo Antonio es solo un excéntrico. Para otros, un artista. Pero para muchos más, especialmente los más jóvenes y aquellos que viven al margen, es un referente de valentía. En una sociedad que aún castiga la diferencia con chismes, exclusión o vigilancia, Antonio ha decidido no bajar la cabeza, no disfrazarse para agradar a otros, sino para honrarse a sí mismo.
Ser el Divo de Placetas no es solo un apodo, es un acto de resistencia cotidiana. Y si ahora se parece a David Bisbal, mejor: que también lo confundan con una estrella. Porque, en el fondo, eso es lo que siempre ha sido.
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