Una semana después del paso del huracán Melissa, la comunidad de Veguita en El Caney, Santiago de Cuba, sigue atrapada en la desesperación, nos dice el portal La Tijera en una publicación. No hay gobierno, ni ayuda, ni respuestas. Solo ruinas, lágrimas y una sensación de abandono que se repite como eco en cada casa sin techo.
Lo que debía ser una rápida respuesta humanitaria se ha convertido en otro episodio de olvido estatal que expone el deterioro de un país incapaz de proteger a su gente.
Una madre, con varios hijos pequeños, describe lo que quedó de su hogar: “Así quedó mi casa y nadie ha venido del gobierno a ver nuestra situación. La ropa de los niños se dañó, la cama se empapó y no tengo cómo secarla.” Sus palabras reflejan el drama de cientos de familias que se quedaron con lo puesto mientras las autoridades miran hacia otro lado.
No hay brigadas, ni materiales, ni promesas cumplidas. En Veguita no ha llegado nadie a evaluar los daños. Y mientras los funcionarios repiten en televisión que nadie está desamparado, las madres cubren con nailon los huecos del techo y los ancianos intentan salvar lo poco que queda seco. “Abogo no solo por mí, sino por las madres con niños y los ancianos postrados. Estamos completamente olvidados”, denunció la mujer.
En redes sociales, la indignación crece. Los comentarios se multiplican y revelan la rabia contenida de un pueblo cansado de esperar. “Y después se llenan la boca de decir que nadie está desamparado”, escribió Anelis Labrada. “Ese presidente degenerado hay que sacarlo del poder ya”, agregó Victoria Cajigal.
Otros fueron más realistas como Tany FL: “No esperen que el gobierno les resuelva, en Pinar del Río hay personas esperando desde hace 15 años.” Karelis Rodríguez denunció que “al Caney no han ido ni las moscas”, mientras Liliam González resumió el sentir general: “Los hechos dicen más que mil palabras. Este huracán ha mostrado la verdadera cara de este gobierno mentiroso y ladrón.”
Veguita se ha convertido en símbolo de la resistencia y del abandono. Lo que comenzó como una tormenta se transformó en una denuncia colectiva que sacude conciencias dentro y fuera de Cuba. No es solo una historia local, sino el retrato de un país donde los discursos se derrumban como techos viejos y donde la solidaridad real nace del pueblo, no del poder. La gente de Veguita no pide lástima, pide justicia, atención y un mínimo de humanidad.