La economía cubana atraviesa una de las peores crisis de su historia reciente, atrapada en un ciclo que parece absorber recursos sin generar un impacto positivo en el bienestar de la población ni en el desarrollo del país. Pese a recibir apoyos y donativos, como el reciente envío de piezas y componentes valorado en dos millones de dólares de Rusia para la recuperación del Sistema Eléctrico Nacional (SEN), la falta de políticas económicas claras y sostenibles mantiene al país en un estancamiento crónico, un “agujero negro” que consume toda inversión sin dejar rastro de crecimiento.
El contexto económico cubano sigue marcado por la escasez de productos básicos, una inflación descontrolada y el deterioro de servicios públicos esenciales. A esta situación se suma la dependencia de combustibles y maquinaria del exterior, en un sistema incapaz de asegurar estabilidad ni progreso. La donación rusa, que incluye un crédito de 60 millones de dólares para la compra de combustibles, resalta esta dependencia y subraya la incapacidad del país de sostener su sistema energético por sí mismo. Las constantes fallas en el SEN se han vuelto parte de la vida diaria de los cubanos, y aun con los donativos y créditos, el efecto en la estabilidad energética es limitado debido a la ineficiencia de la administración y la falta de planificación estructural.
Durante la reciente reunión de la Comisión Intergubernamental Cuba-Rusia, los representantes de ambos países discutieron sobre áreas de cooperación económico-comercial y científico-técnica, abarcando sectores como el transporte, la agricultura, la industria azucarera y el turismo. Aunque el Plan de Desarrollo entre ambas naciones, proyectado hasta 2030, incluye la firma de nuevos acuerdos, la historia ha demostrado que tales iniciativas suelen quedar en el papel, sin generar beneficios palpables para la ciudadanía. De hecho, el enfoque en proyectos bilaterales de largo plazo se percibe más como una necesidad de la economía cubana de mantener a flote su red de influencias internacionales, que como un compromiso efectivo con el desarrollo económico real y sostenible.
Uno de los problemas fundamentales que enfrentan las inversiones en Cuba es la falta de un marco regulatorio que garantice transparencia y seguridad jurídica. La inversión extranjera sigue siendo mínima, no solo por las sanciones de terceros países, sino por la falta de incentivos y claridad en las políticas locales. Sin reformas que favorezcan el emprendimiento y la inversión privada, los recursos externos solo logran mitigar temporalmente la crisis sin aportar soluciones de fondo. La economía cubana carece de la autonomía necesaria para alcanzar un nivel de autosuficiencia, lo que agrava su dependencia de países como Rusia, que también enfrentan sus propios desafíos internos.
En este contexto, cualquier recurso o crédito adicional es absorbido por un sistema económico incapaz de optimizar su uso. El escenario es poco alentador: mientras no exista una reestructuración en la administración de recursos y una apertura hacia prácticas más modernas y efectivas de gestión económica, la economía cubana seguirá siendo una carga más que una fuente de bienestar. Los intentos por modernizar la industria azucarera o revitalizar el turismo no tendrán un impacto real sin una política coherente que respalde una transformación estructural.
Con la firma de ocho nuevos acuerdos entre Rusia y Cuba, el gobierno cubano intenta mantener la imagen de una economía en crecimiento, cuando en realidad está sumida en un profundo estancamiento. La ausencia de una estrategia clara que respalde y garantice el uso eficiente de los recursos limita la capacidad de Cuba para beneficiarse de cualquier apoyo externo, y los cubanos continúan enfrentándose a una crisis que parece no tener fin.
EEUU da un paso firme al reconocer a Edmundo González como líder legítimo de Venezuela
Hace 21 horas