Un extenso reportaje publicado por el diario El País describe con crudeza el escenario que viven miles de cubanos en el oriente de la isla, a 15 días del paso del huracán Melissa. La situación, ya marcada por la pobreza, los apagones y la escasez generalizada, quedó sumida en un nivel de precariedad aún mayor tras las inundaciones que arrasaron viviendas, cultivos y pertenencias.
Según El País, en comunidades como Cauto el Paso, en la provincia de Granma, el olor a animales muertos se mezcla con un paisaje cubierto de fango y ruina. Caballos, chivos, vacas y cerdos arrastrados por las aguas permanecen descompuestos a la orilla de los caminos, reflejando la indefensión de una población que depende de ellos para subsistir.
Como recoge el diario madrileño, la madrugada del 31 de octubre el Río Cauto —el más caudaloso de Cuba— se salió de su cauce, alcanzando niveles que los vecinos aseguran no haber visto en 50 años. Nadie había sido alertado sobre inundaciones, por lo que las familias se prepararon solo para los vientos. Sin tiempo para reaccionar, muchos tuvieron que salvar sus vidas dejando atrás sus pertenencias.
La misión de Naciones Unidas en Cuba, citada por El País, informó que Melissa dejó más de 3,5 millones de damnificados, unas 90.000 viviendas afectadas o destruidas y alrededor de 100.000 hectáreas agrícolas arrasadas. Aunque no se reportaron fallecidos, la ONU reconoció que las autoridades cubanas están “abrumadas” ante la magnitud de la devastación.
El reportaje relata que, con el agua ya retirada, los habitantes han regresado a casas que, aunque siguen en pie, quedaron convertidas en lodazales. Solo los tractores pueden transitar hacia Cauto el Paso debido a los caminos destruidos por el lodo.
Las calles parecen un enorme tendedero de colchones, muebles y electrodomésticos puestos a secar bajo el sol, en un intento de rescatar lo que no quedó inservible. Testimonios como el de Elisa Batista, bibliotecaria de 28 años, reflejan la frustración: “Si hubiéramos sabido que venían inundaciones, habríamos subido nuestras cosas”, lamenta ante El País.
El diario también explica cómo la escasez preexistente —alimentos, combustible, medicamentos— hace casi imposible la reconstrucción. Aunque agencias de Naciones Unidas y algunos gobiernos han enviado lonas, láminas de techo, generadores y kits de herramientas, la situación de fondo limita cualquier avance.
El País destaca además iniciativas independientes como la caravana “Río Cauto en nuestras manos”, organizada por ciudadanos, donantes extranjeros y pequeñas empresas privadas, que viajó desde La Habana llevando alimentos, ropa, electrodomésticos y lámparas recargables. La promotora de la caravana reconoce en el reportaje que esta ayuda “no solucionará la vida de los damnificados”, aunque alivia urgencias concretas.
Entre los beneficiados se encuentran madres solas con varios hijos, adultos mayores y personas con discapacidad. Uno de los casos descritos es el de Yaimilín, una joven embarazada de 21 años, madre de tres niños, que recibe la ayuda descalza y cubierta de fango. Cuando le preguntan por su futuro, solo responde: “Yo siempre he vivido aquí”.
Otro punto crítico documentado por El País es la comunidad de Grito de Yara, a unos ocho kilómetros de Cauto el Paso. Allí, los vecinos llevan más de dos semanas sin electricidad. La única luz nocturna proviene del policlínico, donde un generador permite cargar celulares y lámparas hasta medianoche.
Durante el día, los residentes buscan comida y agua. El diario explica que el carbón alcanza precios inasequibles y que muchos han vuelto a cocinar con leña. El agua que llega en camiones cisterna es turbia, y algunas familias se han visto obligadas a comprar tanques para asegurar su consumo.
La situación sanitaria es alarmante. Según el reportaje, las inundaciones mezclaron aguas de lluvia con aguas residuales debido a la falta de mantenimiento previo de las cisternas. Hoy, calles enteras están cubiertas por aguas albañales, generando focos de mosquitos y riesgo de enfermedades.
Un ingeniero agrónomo de 46 años entrevistado por El País logró salvar su arroz, pero perdió cultivos de boniato y 30 hectáreas de caña. Su madre señala el problema con claridad: “Esto no es solo agua del río. Es agua sucia”. Ambos coinciden en que la recuperación será larga y que muchos vecinos ya piensan en emigrar.
El diario español también narra cómo la escuela primaria de Grito de Yara se convirtió en albergue para familias de comunidades cercanas que siguen bajo el agua. Allí duermen en colchonetas, mientras esperan poder regresar a lo que quedó de sus hogares.
Nubia, una mujer de 43 años, desea volver a El Aguacate, donde su esposo comprobó que prácticamente no hay nada recuperable. Otro vecino, Enrique Castillo, panadero, perdió casi todas sus colmenas y sus cultivos de tomate. “Esta zona es un hueco del que hay que salir”, le dice a El País, convencido de que su futuro no está allí.
El reportaje concluye resaltando un sentimiento generalizado: desánimo y deseos de irse. Para muchos habitantes del oriente cubano, Melissa no solo destruyó casas; también borró la poca estabilidad que quedaba.
“En un año esto no se recupera”, afirma uno de los entrevistados. La frase resume la impresión que deja El País: más que una catástrofe puntual, el huracán expuso la fragilidad de una región golpeada por años de abandono, escasez y crisis acumuladas.
(Con información de El País)
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