Cuba atraviesa uno de los momentos más críticos de los últimos años, una etapa en la que diversas crisis convergen como piezas de un mismo rompecabezas roto. La isla se mira hoy al espejo y lo que devuelve es una imagen marcada por la fragilidad sanitaria, el desastre natural, la precariedad económica y un clima político cada vez más hermético.
En el plano sanitario, el país vive una situación grave con la arbovirosis, una ola creciente de dengue, chikungunya y otros virus transmitidos por mosquitos. Se reportan fallecimientos y miles de casos, mientras hospitales de varias provincias se ven desbordados. El tema genera alarma entre la población porque, pese al reconocimiento oficial de algunos datos, el flujo de información sigue siendo insuficiente: las familias cuentan la otra parte de la historia desde adentro de los centros de salud, donde la saturación es evidente.
A esto se suma la tragedia reciente del huracán Melissa, que golpeó duramente el oriente cubano. Inundaciones, casas destruidas, cultivos perdidos y comunidades enteras afectadas conforman un panorama doloroso. Las donaciones han empezado a llegar por distintas vías, incluyendo envíos desde el exterior y organizaciones humanitarias, pero la distribución —según denuncian muchos damnificados— es lenta, desigual y, en ocasiones, opaca. La devastación no solo dejó a miles de personas sin hogar, sino que agravó la vulnerabilidad alimentaria del país.
En paralelo, la economía cubana profundiza su caída. En el mercado informal, el dólar continúa disparado, y la plataforma El Toque —que monitorea la tasa del mercado negro— ha sido puesta en el centro de un ataque oficial. Se le acusa de “manipular” cifras para desestabilizar la economía, mientras el propio Gobierno ignora que la devaluación del peso es resultado directo de años de políticas fallidas, escasez estructural y pérdida de confianza generalizada. La persecución a esta plataforma refleja, más que una estrategia económica, una respuesta política a la incapacidad de contener el derrumbe financiero del país.
Y a este paisaje se suma un episodio de enorme simbolismo: el juicio a puerta cerrada del ex ministro de Economía Alejandro Gil. Acusado de delitos graves y responsabilizado (al menos desde el discurso oficial aparente) de decisiones que contribuyeron al caos actual, su proceso judicial transcurre bajo estricto secretismo. En un país sediento de explicaciones, la ausencia de transparencia solo incrementa la desconfianza ciudadana.
Así se ve Cuba hoy: una nación golpeada por la enfermedad, el desastre natural, la asfixia económica y la opacidad institucional. Un país que intenta avanzar con un espejo quebrado frente a sí, reflejando las grietas profundas de un sistema que, lejos de reconstruirse, se empeña en ocultar sus fracturas.
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