Ulises Castro Reyes, un jubilado de 75 años del barrio marginal El Resplandor en Santiago de Cuba, vuelve a vivir una tragedia que ya conocía: su vivienda se derrumbó nuevamente tras el paso del huracán Melissa.
Este es el segundo derrumbe que sufre; el primero ocurrió en 2012 con el huracán Sandy, cuando apenas recibió seis palos, seis tejas de cartón negro y una bolsa de cemento como “ayuda estatal”, materiales insuficientes para reconstruir un hogar seguro.
Durante más de una década, Ulises y su familia han visto cómo en otros barrios de la ciudad se levantaban biplantas y edificios mientras ellos permanecían excluidos. La esperanza de una vivienda digna se desvaneció entre la pérdida de documentos, la corrupción en las oficinas de Vivienda y la venta ilegal de licencias, sumando al abandono institucional que caracteriza a asentamientos como El Resplandor.
Hoy, a sus 75 años, Ulises enfrenta otra vez la necesidad de sobrevivir entre restos de madera y cartón, sin condiciones mínimas de habitabilidad y sin que ninguna autoridad le ofrezca una solución real. Su familia, que lucha por mantenerlo en medio de la grave inflación del país, denuncia que la ayuda estatal se concentra en zonas mediáticas o céntricas, dejando a barrios vulnerables completamente fuera del mapa institucional.
“¿Cómo llega la ayuda a quienes realmente la necesitan si los CDR no funcionan, los inspectores están corrompidos y las donaciones terminan desviadas o revendidas?”, cuestionan.
El Resplandor refleja la situación de muchos asentamientos precarios en Santiago de Cuba: falta de infraestructura básica, ausencia de legalidad constructiva y mínima atención estatal. La historia de Ulises resume el drama de cientos de ancianos que envejecen entre promesas incumplidas, derrumbes y abandono.
Mientras se anuncian planes de recuperación, cifras optimistas y recorridos oficiales por zonas previamente saneadas, hombres como Ulises continúan viviendo al margen de toda protección.
Su caso exige una respuesta urgente, humana y efectiva. Después de dos derrumbes en una década, Ulises merece una vivienda digna, segura y permanente. La esperanza de los más humildes no puede seguir enterrada bajo los escombros de la burocracia, ni ser víctima de la indiferencia institucional que convierte tragedias predecibles en dramas eternos.
Del perfil de Yosmany Mayeta
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