Mientras La Habana se cae a pedazos, apestada por montañas de basura y flagelada por enfermedades, las autoridades cubanas entregan con pompa y ceremonia la condición de Vanguardia Nacional a la Empresa de Saneamiento Básico de la capital. El acto, celebrado en el Hotel Habana Libre, más parecía una burla que un homenaje a la eficiencia.
Basta caminar por cualquier municipio habanero para notar el deterioro rampante. Calles inundadas por aguas albañales, microvertederos que crecen al pie de hospitales y escuelas, y un hedor constante que acompaña a miles de familias. Sin embargo, según el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Construcción y los Recursos Hidráulicos, la empresa que debería garantizar higiene y salubridad en la ciudad ha demostrado “resultados integrales” en 2024 y merece su distinción nacional.
Durante el acto, el director general de la empresa, José Raúl Orosa, se jactó del papel “protagónico” de su colectivo en el enfrentamiento a epidemias como la COVID-19 y el dengue. Pero quienes viven en los barrios humildes de La Habana saben que el dengue ha regresado con fuerza, propagado por el agua estancada en solares yermos, fosas desbordadas y contenedores de basura repletos y sin recoger por días.
Lo que en realidad ha protagonizado la Empresa de Saneamiento no es una batalla sanitaria ganada, sino una gestión marcada por la ineficiencia, la descoordinación y el abandono institucional. Los ciudadanos denuncian con frecuencia que, aun tras múltiples quejas, los servicios de recogida no se presentan, y que las brigadas de saneamiento apenas dan abasto para tapar los huecos más visibles antes de visitas oficiales o eventos turísticos.
Pese a todo esto, el discurso oficial sigue premiando lo que en la práctica es un desastre cotidiano. Según el secretario del sindicato, Misael Rodríguez Llanes, la empresa es parte de los “35 colectivos del país” que merecieron el reconocimiento por su “participación en todas las transformaciones” orientadas por la Dirección del Partido y el Gobierno.
Pero, ¿de qué transformaciones hablan cuando La Habana se ha convertido en un epicentro de insalubridad, donde la población vive con miedo a enfermar, sin garantías mínimas de higiene, mientras los responsables son ovacionados desde salones de hotel?
Premiar la mediocridad —o peor aún, el abandono— revela una desconexión alarmante entre el discurso oficial y la realidad en las calles. Es, además, una ofensa a la inteligencia de los ciudadanos que, día tras día, conviven con cucarachas, mosquitos y desechos acumulados, sin esperanzas reales de mejora.
En vez de levantar banderas simbólicas, sería más útil que las autoridades levantaran la basura acumulada, arreglaran las redes de alcantarillado colapsadas y priorizaran la salud pública de una capital que se está pudriendo, literalmente, a la vista de todos.
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