La reciente visita del presidente cubano Miguel Díaz-Canel al municipio de Majagua, en Ciego de Ávila, ha levantado una oleada de críticas y desconcierto por el uso de helicópteros oficiales en medio de una crisis nacional que ha dejado al país con un sistema de transporte prácticamente colapsado. El mandatario y su comitiva se trasladaron en dos aeronaves del Estado para realizar un recorrido que, lejos de solucionar los problemas cotidianos del pueblo, evidenció una vez más el abismo entre la élite del poder y la población que dice representar.
Mientras miles de cubanos esperan durante horas, bajo el sol, para abordar un ómnibus que no llega, o pagan precios excesivos por transportes improvisados, el gobernante opta por medios aéreos exclusivos, blindando su imagen con un despliegue propagandístico cada vez más cínico. Esta decisión es aún más escandalosa si se tiene en cuenta el contexto económico del país: apagones constantes, escasez de alimentos y medicamentos, inflación descontrolada y un nivel de desesperanza palpable en las calles. Usar helicópteros no solo es un despilfarro, sino también una provocación.
La visita, estratégicamente programada en vísperas del Primero de Mayo, se enmarca dentro del guion propagandístico del régimen, que busca proyectar una imagen de cercanía y respaldo popular en una fecha emblemática para el oficialismo. Díaz-Canel fue mostrado intercambiando palabras con trabajadores en un ambiente claramente montado, con sonrisas forzadas y escenas cuidadosamente seleccionadas para alimentar la narrativa de un liderazgo “en sintonía” con el pueblo. Pero esta construcción mediática choca brutalmente con la experiencia cotidiana de millones de cubanos que no ven en estas visitas otra cosa que un show vacío, desconectado de las verdaderas urgencias nacionales.
Lo que el régimen pretende presentar como “baños de pueblo” son, en realidad, ejercicios de marketing político diseñados para simular gestión y ocultar la incapacidad de atender los problemas estructurales del país. La teatralidad del encuentro en Majagua no puede ocultar el deterioro galopante del sistema de salud, la parálisis del transporte público ni la creciente pobreza que empuja a miles a emigrar o a sobrevivir en condiciones extremas.
A esto se suma una narrativa oficial que insiste en culpar al embargo estadounidense de todos los males internos, mientras ignora la ineficiencia, la corrupción y el autoritarismo que durante décadas han socavado las posibilidades reales de desarrollo. La retórica de “resistencia” ya no convence a nadie. La población cubana, cansada de promesas incumplidas y de montajes políticos, percibe cada vez con mayor claridad la farsa que representa la imagen del líder “popular”.
En definitiva, el viaje en helicóptero de Díaz-Canel no es solo un símbolo de derroche en tiempos de escasez, sino una muestra cruda del cinismo de un poder que ha perdido el contacto con la realidad. En lugar de calor de pueblo, lo que deja su paso es un rastro de frustración, hartazgo y la certeza de que quienes gobiernan no viajan, ni viven, ni sufren como el pueblo cubano. ¿Hasta cuándo se mantendrá esta ficción?
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