Lo que comenzó como una posible alianza estratégica entre Vladímir Putin y Donald Trump, ha terminado en distanciamiento y desencanto. Apenas medio año después del regreso de Trump al poder, la llamada "luna de miel" entre los mandatarios de Rusia y Estados Unidos parece haber llegado a su fin, marcada por el estancamiento de las negociaciones de paz en Ucrania y una intensificación del conflicto armado.
Según reportes del Kremlin, en su más reciente conversación telefónica, Putin fue tajante al señalar que Rusia no contempla una retirada ni un alto el fuego si no se cumplen sus objetivos estratégicos. En sus palabras, "la operación militar continuará el tiempo que sea necesario".
El contraste con los primeros meses de diálogo no podría ser más claro. Las cinco primeras conversaciones entre ambos líderes fueron largas y cordiales. Sin embargo, la más reciente duró menos de una hora y reflejó posturas irreconciliables. Trump, quien ha abogado por un alto el fuego y una solución diplomática, se mostró “muy decepcionado” por la falta de avances. Mientras tanto, Putin insiste en que no habrá concesiones sin un rediseño completo de las relaciones con la OTAN y con Ucrania como punto central del conflicto.
El Kremlin, según analistas, ha percibido una distracción de Washington, centrado en su conflicto con Irán y con señales de haber relegado a Ucrania a un segundo plano. Moscú interpreta esto como una pérdida de interés de Trump en ejercer un rol de mediador, lo que podría dejar a Kiev aislado en el escenario internacional.
Pese a la frustración expresada por Trump, ha sido el Kremlin quien ha endurecido su postura, aprovechando la pausa en las conversaciones para lanzar una ofensiva de verano en múltiples frentes. A pocos días de su última llamada con Trump, Rusia llevó a cabo uno de los ataques más intensos del conflicto, centrado nuevamente en Kiev.
Las negociaciones entre Rusia y Ucrania también están paralizadas. La última ronda, centrada únicamente en temas humanitarios, no produjo avances en el plano político. No hay fecha definida para un nuevo encuentro en Estambul, lo que alimenta la percepción de un conflicto en punto muerto diplomático.
En el terreno, sin embargo, la guerra está lejos de estar congelada. La ofensiva rusa se ha intensificado con la llegada del verano. Según informes independientes, el ejército ruso duplicó su avance territorial en los últimos dos meses, conquistando más de mil kilómetros cuadrados en mayo y junio. Las regiones de Járkov y Sumi han sido los principales escenarios de esta expansión, obligando a Ucrania a redirigir recursos para defender sus posiciones.
Aunque las cifras de bajas rusas —que algunas fuentes sitúan en más de un millón— superan las de otros conflictos en los que ha participado el Kremlin desde 1945, Moscú sigue avanzando lentamente en el Donbás. En la estratégica localidad de Chasiv Yar, las fuerzas rusas controlan ya el 90% del territorio, y están intentando avanzar hacia Kostiantinivka, un centro logístico clave para los suministros ucranianos.
Adicionalmente, medios estatales rusos han informado de la toma de una localidad en la región de Dnipropetrovsk, tierra natal del presidente Volodymyr Zelensky, lo que podría convertirse en una herramienta de presión en futuras negociaciones.
A pesar de estas dificultades, Ucrania mantiene su capacidad de respuesta. En los últimos días, ha llevado a cabo ataques con drones contra aeródromos rusos en Sarátov y Vorónezh, afectando la logística aérea de Moscú.
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