En la calle Belinda, en San Miguel del Padrón, La Habana, los vecinos llevan cinco días sin electricidad debido a la avería de un transformador. Cinco días sin refrigeración, sin luz, sin ventiladores en medio del calor sofocante del verano cubano. Cinco días que han sido suficientes para que la comida comience a pudrirse, los niños no puedan ir a clases en finales de curso y la desesperación crezca hasta el punto de cerrar las calles como forma de protesta.
La situación es crítica. Desde el primer día se reportó el problema a las autoridades locales, al partido municipal, a los organismos encargados. La respuesta fue el silencio. En el barrio de Belinda y su final, junto al Diezmero, la gente tomó la calle en un acto de desesperación, no de rebeldía, sino de supervivencia.
La policía se presentó, no con soluciones, sino con presencia intimidatoria. Pero los vecinos no retrocedieron: se quedaron ahí, con los niños en brazos, con las mochilas escolares vacías, exigiendo lo que les corresponde.
“¿Qué hacemos con la comida? ¿Cómo se alimenta una familia si todo está echado a perder?”, se preguntaba una madre con tres hijos pequeños. “Los niños están en exámenes y no pueden estudiar ni dormir por el calor, y nadie viene a dar la cara”, decía otra vecina. Las escenas se repiten: abuelos con abanicos improvisados, personas cocinando a carbón en las aceras y largas filas para cargar celulares en casas de familiares con corriente en otras zonas.
El problema no es solo la electricidad, es el abandono. Esta no es una comunidad privilegiada ni visible; es una zona obrera, una zona de gente trabajadora que no tiene más recurso que levantar la voz y bloquear las calles para que los escuchen. ¿Qué pasará si mañana hay una emergencia médica? ¿Qué sucede si una criatura sufre un golpe de calor?
"El transformador puede fallar, pero lo que no puede fallar es el deber de respuesta del Estado", dijo uno de los manifestantes mientras señalaba a los niños dormidos en el suelo. “No nos vamos hasta que arreglen esto. No más excusas. Estamos cansados de esperar en la oscuridad”.
El gobierno debe actuar. El silencio no puede ser la respuesta a una comunidad que exige lo mínimo: vivir dignamente.
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