Mucho se habla sobre Frei Betto y su reciente visita a Cuba, con su libro “Fidel y la Religión”.(1985) Muchos quieren creer en la versión amable que él presenta: que Fidel respetaba todas las religiones y que Cuba siempre fue un país abierto a la fe.
Pero la realidad que vivieron miles de cubanos durante décadas es muy diferente. No fue hasta los años 90 que, parcialmente, se permitió el ejercicio público de algunas religiones. Antes, la práctica religiosa implicaba segregación, vigilancia y, en muchos casos, prisión.
Quienes vivimos esa época recordamos cómo se perseguía a los cristianos y a cualquier persona que practicara doctrinas no marxistas. Se limitaba su acceso a la educación, al trabajo y al reconocimiento social. Mi experiencia y la de muchos otros demuestra que la libertad religiosa en Cuba no era más que una ilusión cuidadosamente vendida como propaganda.
Cada crisis del gobierno encontraba “interventores” como Frei Betto, que, con discursos bien construidos y sonrisas diplomáticas, trataban de suavizar la historia real y desviar la atención del sufrimiento vivido.
Las anécdotas abundan: familias enteras humilladas por su fe, niños acosados en la escuela, maestros y trabajadores reprimidos por pertenecer a iglesias o sociedades fraternales. Muchos adultos recordamos cómo nuestras vocaciones y aspiraciones se vieron truncadas. Las políticas solapadas de vigilancia y chantaje afectaron a generaciones, dejando cicatrices psicológicas que aún persisten. La libertad religiosa, como tantas otras libertades en aquel periodo, era un privilegio para unos pocos y un riesgo para todos los demás.
Cuando alguien como Frei Betto viene a Cuba y dice que siempre hubo apertura religiosa, se ignora deliberadamente la historia de quienes sufrieron persecución, exclusión y humillación por mantener su fe.
Recordar estos hechos no es un acto de odio, sino de justicia histórica. Es nuestra responsabilidad no olvidar lo que vivimos y transmitirlo, para que las nuevas generaciones comprendan que la memoria no puede ser manipulada con discursos complacientes y libros bien editados.
La historia oficial y la memoria personal rara vez coinciden. Y aunque muchos prefieran mirar hacia otro lado, la verdad de lo que realmente significó vivir con fe en Cuba durante décadas sigue viva en quienes lo padecieron. No se trata solo de un libro ni de un invitado extranjero; se trata de la experiencia real de un pueblo que resistió silenciosamente y merece que su voz sea escuchada.
Un resumen de opiniones que se centran en su figura es la mejor muestra de quién es este señor que puso al cubano a comer cáscaras de papas.
Frei Betto ha desatado una avalancha de indignación. Muchos recuerdan cómo se persiguió a los religiosos: maestros vetados, niños acosados, familias humilladas, iglesias atacadas con piedras y huevos, y carreras universitarias negadas por creer.
Testimonios de católicos, bautistas, metodistas y otras confesiones relatan represalias brutales, discriminación sistemática y persecución encubierta por el Estado. La hipocresía de este oportunista es evidente: pretende hablar de la “paradoja cubana” mientras ignora el sufrimiento real de miles.
Usuarios coinciden: es un miserable que justifica y minimiza el daño histórico, intentando distraer con discursos narcisistas y desviaciones, mientras la memoria de los perseguidos sigue viva. ¡Ese y no otro es este señor!
Fuente: Hermes Entenza poeta y artista de la plástica
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