Durante décadas, China fue conocida como el gran vertedero del planeta. Desde los años 80, el país importaba millones de toneladas de residuos plásticos, papel, chatarra y desechos textiles para alimentar su industria y suplir la escasez de materias primas. Pero esa etapa quedó atrás. Hoy, paradójicamente, el problema es el contrario: China necesita tanta basura para quemar que han empezado a desenterrarla de vertederos antiguos para mantener operativas sus incineradoras.
El punto de inflexión llegó a finales de la década de 2010. El volumen de residuos sólidos urbanos del país creció de 158 a más de 249 millones de toneladas en pocos años. De golpe, China comprendió que no solo no necesitaba seguir importando basura: tampoco tenía espacio para manejar la suya. La respuesta fue una ofensiva ambiental y regulatoria. En 2017, más de 800 empresas fueron sancionadas por incumplir normas de reciclaje, y más de 250 personas terminaron detenidas por tráfico ilegal de desechos. Luego vino la medida más drástica: la prohibición casi total de las importaciones de residuos, que hundió al mercado mundial del reciclaje.
Pero la otra gran apuesta fue mucho más ambiciosa: construir una red masiva de incineradoras. El XII Plan Quinquenal ya había impulsado esta tecnología, pero el crecimiento fue explosivo. En apenas cinco años, China pasó de 428 incineradoras en 2019 a más de 1.000 en 2023. El objetivo fijado para 2025 —800.000 toneladas de capacidad de incineración diaria— se superó tres años antes. Hoy, estas plantas llegan a procesar hasta el 80% de los residuos del país.
Y ahí surgió un nuevo problema: demasiada infraestructura para muy poca basura disponible. Varios medios chinos e internacionales han reportado que numerosas incineradoras están operando a baja capacidad, y alrededor del 5% no puede funcionar por falta de desechos. En este contexto, algunas ciudades han comenzado a extraer basura vieja de vertederos para alimentar las máquinas. Sin embargo, los expertos advierten que estos residuos, tras décadas enterrados, no arden igual y requieren mezclarse con basura fresca para evitar fallas en el proceso.
El fenómeno no se debe a ciudadanos saqueando vertederos en busca de ingresos, sino a un sistema que se quedó sin materia prima para sostener un negocio muy lucrativo. Las incineradoras generan importantes beneficios —hasta 14 millones de dólares anuales en zonas rurales— y muchas ofrecieron “liberar espacio” en vertederos para almacenar sus propias cenizas, lo que incentivó aún más el uso masivo de estos depósitos como fuente de combustible.
Pero todo apunta a que se trata de una situación temporal. El crecimiento de los residuos en China se ha desacelerado, y el modelo de incineración, altamente dependiente de la cantidad de basura disponible, corre el riesgo de volverse insostenible. Además de los problemas ambientales, la sobreoferta de plantas y la escasez de desechos anticipan una crisis estructural en la industria.
Fuente: Xataka
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