La Serie Nacional vuelve a demostrar que su principal enemigo no es el rival en el terreno, sino la cadena de decisiones improvisadas que erosionan, día tras día, la poca credibilidad que le queda al espectáculo. La suspensión de un partido durante media hora por el sol —sí, por el sol— es apenas el más reciente capítulo de una temporada marcada por la falta de planificación y profesionalismo. El hecho sucedió este sábado en el Calixtto García de Holguín.
Con un estadio que siemre tiene buena concurrenca, y sin explicación alguna para el público, los árbitros consideraron que el reflejo solar afectaba demasiado el juego. El resultado fue un parón absurdo, espectadores confundidos, familias marchándose frustradas y un espectáculo que se desmoronó ante los ojos de todos. En un país donde no se juega de noche porque no hay corriente, ahora descubrimos que de día también el sol molesta. ¿Qué queda entonces?
El béisbol cubano, que alguna vez se sostuvo por la pasión colectiva, hoy parece atrapado entre la precariedad material y decisiones desconectadas de la realidad. Ninguna liga seria suspende un partido por una condición natural previsible, gestionable y típica del horario en que se programa el juego. Esto revela no solo desorganización, sino una preocupante incapacidad para anticipar lo elemental.
Lo ocurrido es un síntoma más de un sistema agotado, donde la falta de infraestructura se combina con una dirección incapaz de proteger al aficionado, al atleta y al propio espectáculo. El público que se fue del estadio se marchó con la sensación de que el béisbol nacional, además de jugarse a medias, se administra a ciegas. Y la pelota cubana, una vez más, pierde un inning fuera del terreno.