La prensa estatal cubana continúa superando sus propios límites en el intento de presentar una versión ficticia del país, particularmente cuando se trata de La Habana, una ciudad cuya decadencia es imposible de ocultar. Si en años anteriores el oficialismo se limitaba a maquillar la realidad, este año ha tenido que inventarse postales de sostenibilidad y progreso, cerrando cada vez más el encuadre para evitar que se note el desastre.
Cubadebate celebró el 506 aniversario de la capital con la trillada imagen del arco del litoral y el malecón, retocada exhaustivamente para disimular el deterioro de los edificios cercanos. Acompañaron la postal con un llamado a los ciudadanos a compartir sus propias miradas de la ciudad y con la frase: “el pueblo, con su energía, mantiene viva la ciudad”.
La respuesta fue un torrente de comentarios que devolvió la imagen real: una capital en ruinas, triste y abandonada. “La franja de Gaza revolucionaria”, escribió un usuario. Otra lectora desmontó el eslogan oficial con una pregunta que resonó entre cientos: “¿Qué energía? ¿Qué pueblo? ¿Qué Habana?”.
La burla propagandística llegó apenas tres días después de que Granma publicara sin pudor que La Habana avanza hacia un modelo de “ciudad inteligente y sostenible”. Un titular que, además de falso, es impreciso: el periódico no se refiere a Marianao, Guanabacoa, La Lisa o el Cotorro, sino al Centro Histórico, la zona vitrinal donde el gobierno concentra sus esfuerzos para impresionar al turismo y justificar fondos internacionales. Ese pequeño enclave colonial, con sistemas eléctricos soterrados y cierto atractivo superficial, sirve al oficialismo para vender una historia que no existe más allá de sus calles más fotogénicas.
Mientras tanto, la verdadera Habana —la que fue en su tiempo “una pequeña Viena”, un “París en miniatura”— es hoy una ciudad oscura, colapsada por apagones, con una infraestructura que se desmorona. Lo que antes era una urbe vibrante y seductora se ha convertido en un paisaje de escombros, basura, cuarterías derruidas y servicios públicos fallidos. Para los turistas habituales, es un golpe de realidad que los lleva a decir: “me rindo, no vuelvo más”. Para sus habitantes, es un dolor constante.
En este aniversario, la capital parece cargar más con un luto que con festejos. El contraste entre el discurso oficial y lo que viven los habaneros es tan crudo como grotesco. Las publicaciones de Cubadebate y Granma solo pueden interpretarse desde la indolencia, la manipulación y la desconexión con la realidad, la misma que permitió a la exministra Marta Elena Feitó afirmar que en La Habana no había mendigos, sino personas “disfrazadas”.
A la maquinaria propagandística, que insiste en negar lo evidente, le sería más digno guardar silencio que seguir alimentando una ficción que ofende a quienes sufren día tras día la decadencia de la ciudad. Que un régimen dedicado a minimizar el sufrimiento de su población se permita celebrar a La Habana como un modelo sostenible solo demuestra lo poco que le importa la vida real en sus barrios, salvo para evitar un estallido social.
La Habana, pese a ser la capital, apenas recibe un poco más de electricidad, agua o transporte que las provincias. En los comentarios del post de Cubadebate, una usuaria lo resumió con amarga precisión: “en la Colonia estábamos mejor”.
Hoy, para que una foto de la ciudad resulte presentable, hay que recurrir al Photoshop sin que eso alcance para ocultar el deterioro profundo. Es como intentar rejuvenecer un rostro devastado con botox: inútil, artificial, ridículo.
Y aun así, a pesar de décadas de abandono, todavía quedan habaneros que esta noche rodearán la ceiba, pedirán libertad para Cuba y brindarán por su ciudad amada con lo que tengan a mano, si los dolores del chikungunya les permiten alzar la copa. La Habana cumple 506 años, pero lo celebra desde una realidad que ni la propaganda más hábil puede transformar en algo que ya no es.
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