Hablar del futuro en Cuba es casi un acto de fe. Una palabra que en otros países se dice con ilusión, en la Isla pesa como una losa: duele, cansa, quema. Porque ¿qué futuro puede tener un pueblo al que le han arrancado todo? ¿Qué mañana espera a los niños que crecen sin leche, sin electricidad, sin juguetes, sin un simple bombón de chocolate? ¿Qué destino aguarda a quienes sólo han conocido apagones, colas, miedo y escasez?
Los cubanos no viven: ¡sobreviven! Y eso no es vida para nadie, mucho menos para un niño. Los pequeños no pueden comerse un helado, ver una caricatura en la televisión sin un apagón, ni disfrutar una visita al cine o al planetario, que ya no existen o son ruinas. Van a la escuela sin pan, sin merienda, sin ropa adecuada, mientras los padres se desgastan buscando lo que no hay. Esta es la realidad que muchos pretenden ocultar, pero el mundo ya la conoce: Cuba es hambre, miseria y desesperación.
Y mientras todo se derrumba, quienes gobiernan repiten la misma frase insultante: “hay que guapear”. Lo dicen desde la comodidad de sus privilegios, sin pasar una noche en un barrio inundado, sin saber lo que es perderlo todo, sin vivir un solo apagón de los que destruyen hogares y ánimos. Les exigen a los cubanos resistir eternamente, confiar en quienes llevan más de sesenta años destruyendo cada rincón del país.
Uno de los tantos ejemplos es la esperada "llegada de los mandados del mes de MAYO a la bodega de Santa Amalia, Arroyo Naranjo, La Habana. Felices acudieron a recibir ¡al fin! sus mandados que eran un puñado de arroz y otro de azúcar turbinada. ¿Así se puede vivir?
Hoy, la gente no se pregunta ya qué futuro tendrá Cuba. Se pregunta si tendrá alguno. Porque un país sin libertades, sin economía, sin derechos, sin comida, sin oportunidades y sin garantías no puede ofrecer esperanza. Solo puede prometer más abandono, más control, más miedo y más dolor.
Los niños crecen sin conocer lo que debería ser normal: un dulce, un vaso de leche, una cama fresca, una luz encendida, una computadora, un parque limpio, un futuro posible. Y los ancianos, que trabajaron toda su vida, esperan la muerte como único descanso. Esa es la tragedia que nadie puede negar.
El futuro de Cuba está secuestrado. Y mientras el castrismo siga gobernando, no habrá mañana para nadie. Hablar de futuro en Cuba es hablar de libertad. Una libertad que todavía está presa.
Del perfil de La Tijera
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